
Mafalda de Quino: la niña que desafió y cautivó al mundo
Una historieta que nos recuerda el valor de la duda, del inconformismo y del humor como herramienta de resistencia.

La pequeña Mafalda odia la sopa, pero ama a los Beatles, la paz y los derechos humanos. Nació en 1964 de la mano de Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido como Quino, y desde entonces no ha dejado de interpelar al mundo con una mezcla brillante de inocencia infantil y conciencia política. A través de esta niña curiosa, rebelde y lúcida, Quino construyó una obra que no solo marcó un hito en la historia de la historieta latinoamericana, sino que también trascendió fronteras y generaciones.
Aunque Quino comenzó como ilustrador publicitario y humorista gráfico, fue Mafalda la que lo catapultó a la fama internacional. Publicada originalmente en Argentina en la revista Primera Plana y luego en otros medios como El Mundo y Siete Días, la tira se convirtió rápidamente en un fenómeno cultural. Quino dejó de dibujarla en 1973, pero su vigencia es tal que hoy sigue despertando reflexiones en lectores de todas las edades.

El trazo de Quino es sencillo pero profundamente expresivo. Sus dibujos, sin grandes artificios ni decorados recargados, transmiten con claridad el mensaje. Cada gesto, cada mirada, cada postura corporal está calculada para potenciar el impacto del texto. La viñeta no está al servicio del espectáculo visual, sino de la comunicación directa y emocional.
Este enfoque minimalista no le resta profundidad: todo lo contrario. Permite que el lector se concentre en el diálogo, en la ironía, en los dobles sentidos. El talento gráfico de Quino reside justamente en esa economía visual que deja espacio para la inteligencia del lector. Mafalda no es solo dibujo; es un pensamiento puesto en escena.
El universo de Mafalda gira en torno a un grupo de niños que, sin perder su carácter infantil, abordan los grandes dilemas del siglo XX. Mafalda cuestiona la guerra, el autoritarismo, la desigualdad, el machismo y el sistema económico con una franqueza desconcertante. No entiende por qué el mundo está tan mal organizado, ni por qué las y los adultos/as lo aceptan con tanta resignación.
A su alrededor, otros personajes representan diversas posturas sociales: Manolito es el comerciante pragmático y defensor del capitalismo; Susanita, la futura ama de casa tradicional; Felipe, el soñador temeroso; Libertad, la combativa de espíritu revolucionario. Juntos componen una suerte de microcosmos donde se debaten las ideologías, los miedos, las contradicciones de la sociedad moderna.
Aun así, Mafalda no es panfletaria. La crítica nunca es burda ni agresiva. Quino prefería la ironía, el absurdo y la ternura como vehículos del pensamiento. Muchas de sus tiras son auténticos aforismos visuales: hacen reír, sí, pero también obligan a detenerse y pensar.

La obra de Quino, y en particular Mafalda, ha sido traducida a más de 30 idiomas y publicada en numerosos países, desde Francia e Italia hasta Japón y Corea del Sur. En América Latina y España, Mafalda es una figura entrañable, comparable en estatura a personajes universales como Charlie Brown o el Chavo del Ocho. Pero a diferencia de estos, Mafalda tiene una carga política y cultural muy marcada, lo que la convierte en un símbolo de las luchas sociales y la libertad de expresión.
A más de 60 años de su creación, Mafalda sigue hablando. La crisis ambiental, la violencia, las desigualdades de género y clase, el cinismo político: todo eso sigue ahí, y la pequeña Mafalda, con sus preguntas incisivas, continúa siendo un espejo incómodo pero necesario.
En un mundo donde la velocidad y el consumo muchas veces ahogan el pensamiento crítico, la historieta de Quino nos recuerda el valor de la duda, del inconformismo y del humor como herramienta de resistencia. La sopa, hoy más que nunca, puede ser símbolo de todo lo que se nos impone sin sentido.
Mafalda no cambió el mundo, pero sí ayudó a que millones de personas lo miraran con otros ojos. Y ese, sin duda, es uno de los mayores logros que un dibujante puede alcanzar.