
Diario de Muerte y La Musiquilla de las Pobres Esferas de Enrique Lihn
El lenguaje no es un instrumento transparente, sino un campo de tensión donde se cruzan el deseo de decir y la imposibilidad de hacerlo plenamente.

Hay poetas que celebran la vida, otros que la contemplan. Enrique Lihn (1929–1988), en cambio, parece haber escrito siempre a pesar de la vida. Su obra es un viaje incómodo, lúcido, desesperado, cargado de ironía, inteligencia y una conciencia brutal del fracaso del lenguaje. En una literatura chilena dominada por nombres totémicos como Pablo Neruda, Gabriela Mistral o Vicente Huidobro, la figura de Lihn se mantiene como un secreto a voces: menos popular, pero acaso más necesario.
Nacido en Santiago, Enrique Lihn comenzó su carrera artística desde la plástica, pero pronto se volcó a la palabra escrita, que lo acompañaría hasta su último día. Consciente de la tradición poética de este territorio, escribió: “Contra la poesía de los poetas / he levantado mi poesía” (La Musiquilla de las Pobres Esferas, 1969), sintetizando una postura convencida de sí misma y que se levanta como un lenguaje fragmentario, dudoso y lleno de rupturas.

Lihn no cree en la poesía como redención ni como arte elevado. Más bien la trata como una enfermedad incurable, como una necesidad que duele. Escribir es un mecanismo de supervivencia frente a la brutalidad del mundo. En su libro “La Pieza Oscura” (1963), muestra una voz que se debate entre la lucidez y el encierro, entre la autoexploración y el absurdo. Allí escribe: “No sé si me llamo Enrique / o si este poema es un poema”, reflejando la duda esencial que atraviesa su escritura: la incertidumbre sobre la identidad y la función del poema.
Su poesía está plagada de desdoblamientos, máscaras, autorreferencias críticas. En “El Paseo Ahumada” (1983), una obra clave para entender su mirada sobre la dictadura y la vida urbana en Santiago, el poeta se convierte en un testigo incómodo: “La ciudad se descompone / y en sus calles / se oyen pasos que no son míos”. Sin convertirse en un panfleto, la obra registra la atmósfera opresiva, el desplazamiento y el miedo, con un lenguaje que es a la vez cotidiano e inquietante.
Con el paso del tiempo, Lihn se volvió aún más radical. En “Diario de Muerte” (1989, publicado póstumamente), escrito mientras enfrentaba un cáncer terminal, su mirada se vuelve más cortante, pero nunca pierde la ironía: “No hay muerte más honda / que la que nos sorprende vivos”. Este verso manifiesta la conciencia del poeta sobre la fragilidad de la vida y el misterio del final.
Lihn nunca fue un poeta cómodo. Su obra, con frecuencia oscura y contradictoria, incomoda a quienes buscan certezas o belleza convencional. Pero su importancia dentro de la literatura chilena y latinoamericana es indiscutible. No porque construyera una gran mitología nacional, sino precisamente porque la desarmó. Su poesía no busca salvar al lector, sino enfrentarlo consigo mismo.
Enrique Lihn murió en 1988, poco antes del plebiscito que pondría fin a la dictadura de Pinochet. Murió escribiendo, como si la escritura fuera el único acto de vida que le quedaba. Hoy, su voz sigue resonando entre quienes buscan una poesía que no embellezca la realidad, sino que la enfrente. Por eso presentamos dos de sus más importantes obras.