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Miss Narco de Javier Valdez, Masculinidades en el Ejercicio del Horror
La tríada belleza, poder y violencia, que el autor desarrolla a través de sus crónicas, conversa contantemente como telón de fondo, con las ideas validadas socialmente en torno a los que significa ser varón: fuerza, seguridad y poder.

por Francisco Farías
El ejercicio del horror que se presenta en la crónica “Miss Narco” de Javier Valdez publicada en México el 2017, se sostiene en gran parte por las construcciones hegemónicas de masculinidad que circulan en la sociedad contemporánea en general, y en la mexicana en específico. La tríada belleza, poder y violencia, que el autor desarrolla a través de sus crónicas, conversa contantemente como telón de fondo, con las ideas validadas socialmente en torno a los que significa ser varón: fuerza, seguridad y poder.
El Contexto para el Ejercicio del Horror: Cuatro Pistas.
Primera pista: Los textos de Javier Valdez tienen la preocupación de situar al lector/a en un contexto que le permita comprender la magnitud del fenómeno. “La ciudad es un panteón. Todos los rincones son zonas de ejecución” (Yoselín, página 11), nos ofrece una primera pista para dimensionar la situación. Los panteones en las ciudades modernas ocupan un lugar específico y la cultura les ha dotado de diversos significados para construir relatos sobre la vieja dialéctica vida/muerte. Sin embargo, lo más relevante para observar aquí es la transgresión de un límite: la ciudad misma se convierte en el panteón, todos sus rincones quedan a merced de la muerte bajo el dominio narco, lo que evidencia cómo el ejercicio del poder reconfigura la sociedad de la cual es parte.
Segunda pista: todos los espacios son zonas de ejecución. A la ya clásica tesis weberiana del Estado como el agente que posee el monopolio legítimo del uso de la fuerza, se puede añadir que esa fuerza, además, tiende a convertirse en una violencia estructural, es decir, en un poder que actúa y se ejerce incluso sin necesidad de recurrir a su manifestación explícita o directa (Weber, 2014); el contexto narco, lo transfigura de tal modo que subvierte el poder estatal, sometiéndolo a sus reglas en base al ejercicio de la fuerza. No hay lugar seguro bajo este dominio. Sólo hay un conjunto de reglas de hecho, que se imponen unilateralmente desde el poder del narcotráfico y sus redes.
En un mundo donde todo parece un cementerio y una zona de ejecución, se cumple una condición para el horror: su origen y momento de ocurrencia son desconocidos, lo que convierte su vivencia en una experiencia fantasmal. La materialización de los métodos horripilantes empleados por el narco adquiere una dimensión inmanente, abarcando todas las esferas de la vida social y psicológica, dejando a las personas a merced del ejercicio del poder y limitando sus posibilidades de agenciamiento. Esta omnipresencia, que está en todas partes y a la vez en ninguna, perpetúa una sensación de inseguridad constante.

“El hombre recorrió la zona. Parecía flotar. Corrió el cierre y sacó billetes. Puños. Les dio a todos: billetes a los ancianos, billetes a los policías, al de la carreta de tacos de la esquina, quien al momento de estirar la mano le espetó que su carreta valía por lo menos 30 mil pesos, así que se los puso en la palma, sin chistar” (Amor, volví a chocar, página 15).
Tercera pista. El poder narco rompe no sólo las leyes del Estado, también las de la física: “parece flotar”. Elevado por sobre los demás en la escena citada, condensa los tiempos y procesos sociales de la vida moderna (constatación de los hechos, denuncia, pericia, investigación, sanción y apelación) y los simplifica como si fuera un rey del medioevo. Sin aplicar los métodos tradicionales de la violencia, la ejerce de un modo que, tal como señala Ovejero (2012), se puede ser cruel sin que corra la sangre.
El poder masculino, además de rediseñar las ciudades donde se asienta, ejerce su destrucción sobre las comunidades que las habitan a través de la violencia, pero no de cualquier tipo de violencia: ‘Su error fue haber estado ahí, en su casa, sus comunidades, junto a su esposa e hijos. Frente a los menores, muchos padres fueron torturados y abatidos a tiros, algunos hijos que intercedieron fueron también muertos. Las esposas e hijas, violadas‘ (Sugey, página 18). En este proceso, deshumaniza a aquellos que somete, al tiempo que los denigra, ya que a las figuras feminizadas se les utiliza como mensajeras para los varones de sus comunidades, convirtiéndolos en “menos hombres” debido a que otros abusan de “sus” mujeres.
¿Y la Cuarta Pista? El Poder Masculino como Eje Ordenador del Horror.
En la obra de Javier Valdez, el horror se presenta no sólo mediante la ejecución de masacres, asesinatos, descuartizamientos o violaciones: el autor teje escenas que anuncian posibles desenlaces. En Fiesta privada (páginas 25 y 26), el poder narco lo paga todo. Resuelve de antemano lo necesario para la reproducción de la vida cotidiana, como la organización de una fiesta, por ejemplo. También lo sabe todo: “Qué bueno que viniste. Ya me habían hablado de ti”. Una especie de control totalizante sobre la vida de las personas. El narco lo quiere todo, fuerza a quienes convierte en objeto, a construir estrategias para salir de dichas posiciones: les obliga a mentir para zafarse de la imposición de su voluntad.
El poder no es sólo para quienes sufren y viven las consecuencias del narco en sus vidas cotidianas en lo que se podría nombrar como víctimas, también lo es para ciertas figuras donde la experiencia del narcotráfico se encuentra al interior de sus familias. En este tipo de situaciones, nuevamente aparece la sensación de atrapamiento: “Tíos, primos, narcos. Toda la familia rodeada de traficantes” (Carolina, página 49). Cosas de familia, es el título de ese apartado de crónicas. Aluden a una institución en la que, en sociedades modernas como la nuestra, las personas llegan al mundo y son socializadas. En otras palabras, el narco tiene el poder de transformar el conjunto de lo social a partir de la imposición de sus normas.
En concordancia con lo planteado anteriormente, una de las reglas del poder narco es la humillación como espectáculo: “Los billetes caían danzando al ritmo del viento. Algunos se conservaban junto a otros billetes y caían más rápido. Y los asistentes se tiraron al suelo, empujaron, rompieron medias y se rasparon, para alcanzar billetes de 10 y 20 dólares” (Carolina, página 52). El poder económico forja los símbolos mediante los cuales construye las redes para el ejercicio de los poderes, los cuales se potencian en clave de dominación. En la misma escena de los billetes volando por el aire, Carolina es objeto de una oferta sexual de parte del tío de su pareja. A cambio de ser una de sus mujeres, podría tener acceso a los bienes materiales de ese mundo si acepta someterse a su voluntad. Javier Valdez constata la imposibilidad que propicia el horror: no hay lenguaje para nombrar lo que está sucediendo.

Lo interesante de la observación del autor en este conjunto de crónicas, es que provee de una serie de insumos para reconocer el ejercicio del poder en la vida cotidiana de las y los personajes, como un eje que articula la vida social. Quienes están en la cúspide de la hegemonía narco, sostienen dicho poder mediante símbolos, discursos y prácticas. Los otros, quienes están sometidos, aunque resisten, pueden acceder parcialmente a este poder en la medida que reproduzcan sus lógicas jerárquicas. Así es el caso de Héctor, pareja de Carolina. Su recorrido vital lo muestra como un varón minorizado que había construido una vida lo más al margen posible del mundo dominado por el narco, sin embargo, la vieja tesis que las instituciones son las que forjan a los sujetos, parece ratificarse en este caso: “Héctor se hizo alcohólico, drogadicto, vendedor de droga, traficante y mequetrefe. Le gustaba gritar. Hacer ruido. Entraba a su casa gritando, golpeando la puerta, los muebles, abriendo y cerrando cajones, mentándole la madre a todos y a nadie” (Carolina, página 56). Se hizo. Era de otra forma, pero se hizo parte de las lógicas del narco, lo cual alimenta otro insumo para el ejercicio del poder: no hay nadie en quién confiar, como en las películas de terror, los “buenos” en cualquier momento pueden ser tu enemigo.
A pesar de lo antes descrito, una cuestión a relevar es el hecho de que, incluso en las peores circunstancias, las personas tienen capacidad de agenciamiento: “Esa noche él llegó y en cuanto abrió la puerta le dio un golpe a Carolina con una cruceta. Ella sangraba de la cabeza, de arriba de la oreja. Sacó la mano que guardaba detrás, que mantuvo en su espalda. Le apuntó. Él se puso amarillo. Blanco. Se le salían los ojos” (Carolina, página 58). Las buenas víctimas no se defienden, denuncian en las instituciones respectivas. En el mundo dominado por el narco, ese tipo de posibilidades es casi inexistente, lo cual hace de este gesto de resistencia una pista a rastrear. ¿Cuáles son las fisuras del poder de los varones en el mundo narco?
Bajo el Ojo del Narco: la Belleza en el Orden Masculino.
Cuando se afirma la idea de un cierto orden de las cosas, lo que se está constatando es el funcionamiento de una serie de mecanismos que posibilitan la reproducción de la hegemonía masculina del mundo narco. Por ejemplo, cómo deben ser los cuerpos de las mujeres, para quiénes son esos cuerpos y quiénes pueden acceder a ellos. Lo anterior implica reconocer los intercambios en juego en este tipo de dinámicas: “Todo en Yoselín es regalado: el reloj, el anillo, el collar con diamantes, la blusa y el pantalón, los lentes Dolce&Gabbana. Todo. Hasta sus senos voluminosos y explosivos. Pero ella no se regala” (Seductoras seducidas, página 8). Los objetos de lujo simbolizan el poder del dinero, los cuales prefiguran el tipo de relaciones sociales que en dicho contexto tienen posibilidad de existencia.

Así como hay objetos que acompañan los cuerpos de las mujeres, hay otros artefactos que se introducen en la materialidad de la piel, los tejidos y la sangre, ahora como escultores del canon de belleza femenina: el tamaño y la figura de los senos. La función estética es secuestrada al ojo masculino heteronormativo. Cuerpos dóciles al servicio del imaginario del goce masculino. Sin embargo, una pista de la que el autor deja registro: la seducida tiene una percepción que, a pesar de lo anterior, “…ella no se regala”. Una chispa que puede incendiar la pradera en el mundo patriarcal y que confirma la vieja tesis de Foucault (1975) sobre esta materia: donde hay poder, hay resistencia.
Los cuerpos se transforman constantemente a través de la vida. Subir/perder peso, enfermedades, funciones, capacidades, entre otros ejemplos. Lo importante en la lógica en juego en esta realidad, es mantenerse vigente, no perder valor social: “Dice que tiene clientes que llegan en sus Cheyenne, las Lobo y Hummer, a buscarla, que sigue siendo cotizada” (Sugey, página 24). Como en la bolsa de valores, la tarea es seguir siendo cotizada bajo el canon de la belleza patriarcal. Belleza al servicio de una relación de autoridad, respetando el pacto que hace creer a los varones que su poder es absoluto. Ese acuerdo posibilita el intercambio que se grafica con la pregunta que cierra la cita en cuestión: “¿Mande mi amor?”. Una belleza que opera el juego acordado para seguir con el guion que sostiene ese mundo.
El mantenimiento del poder narco también muestra sus fracturas. Las oculta bien para disimular su fragilidad: “A Héctor cada vez le iba peor. Ya pocos querían hacer negocios con él. Su fama de problemático, irresponsable, echón y drogo, lo dejó fuera de la jugada. De traficante, de tener miles y millones de pesos, había disminuido a un simple adicto. Un drogo conflictivo, pesado, golpeador y bocón” (Carolina, página 60). Héctor ya no puede exigir belleza ni sometimiento de su mujer: al estar denigrado en la escala social, pasa a ser un varón menor, de poca monta, lo que en términos simbólicos contraviene las bases del Narcopatriarcado, el cual, como proyecto político, se sostiene –al igual que la masculinidad– en la demostración constante de su virilidad, sobre la cual descansa la tríada que Javier Valdez desarrolla en su obra: belleza, poder y violencia.

La belleza, en este contexto, no es más que la reafirmación de la identidad de los varones como sujetos poderosos. El canon es el ojo masculino, desde donde se sostiene un cierto orden de las cosas: fija posiciones para los tratos cotidianos que le posibilitan el proceso de acumulación sobre el cual ejerce su voluntad. Belleza es poder y violencia al mismo tiempo. Es imposible comprender una sin remitirse a la otra dimensión. No hay belleza por una cuestión estética en sí mismo. Hay belleza por quien observa, en la medida que determina las coordenadas que le permiten sostener todo el negocio del mundo narco. No se puede ser un varón de verdad fuera de la norma sexual vigente.
“La” Herramienta del Narcopatriarcado: la Violencia.
Si el poder es la posibilidad del ejercicio de la violencia con garantías de impunidad, ¿qué posibilita la violencia como herramienta en el cotidiano del mundo narco? Al menos tres dimensiones:
Uno) dimensión comunicativa. Un aprendizaje que no se comunica carece de sentido, ya que su función es precisamente socializar las cualidades de dicha práctica. Cuando el Narcopatriarcado aprendió que el espectáculo de la violencia le posibilitaba entregar mensajes a bajo costo a extensos sectores sociales, comprendió que estaba frente a uno de sus grandes capitales, construyendo horror mediante símbolos como los descuartizamientos y violaciones. En los casos donde los cuerpos son descuartizados, se comunica que el sujeto que le precedía dejó de ser una unidad. Su fragmentación posibilita difundir la idea que la muerte es sólo el comienzo del sufrimiento social, ya que no hay garantía de construir duelo, o reparar, cuando la unidad humana ha sido aniquilada. Sobre las violaciones, en el caso de los cuerpos feminizados, son nuevamente feminizados en la medida que la violación los ubica forzosamente en una posición, asignándoles una marca que les resta poder y sobre las cuales se generan condiciones para el ejercicio de relaciones de dominación.
Dos) dimensión afirmativa. La violencia es un espejo en el cual observarse: “Pero a la vuelta de Eligio, de uno de esos jales nuevos en que andaba metido, al mostrarle los primeros 100 mil pesos y aclararle que eran de él, solamente de él, Sugey reclamó. Fue la primera vez que Eligio la golpeó. Y la violó” (Sugey, página 19). En la medida que los varones de este mundo (y de otros también) van ascendiendo en la escala social, se generan condiciones para ejercicio de la violencia como estrategia para afirmar lo que son, negando la otredad: “Había pasado de ser un sembrador de mariguana en la sierra, a ser un matón de un narco pesado. Un jefe destacado, de esos que tienen a decenas, cientos a su servicio”. Eligio dejó ser minorizado para ser un dominador. Para ello necesitó enrostrar, someter y abusar. En este modo de comprender, la afirmación masculina es el refugio de su proyecto: la fragilidad de su configuración le horroriza de tal modo, que necesita estar sobre alerta con su entorno y consigo mismo, enviando mensajes que le aseguren el reconocimiento de que es un hombre de verdad.
Tres) dimensión económica. El ejercicio de la violencia es un proceso económico en el entendido de la economía –como lo su raíz etimológica lo señala, Corominas (1987)– “…administración de la casa”. Es decir, es un proceso mediante el cual se organiza un cierto orden de las cosas, las disposiciones de quienes participan en los hechos y las lógicas en juego. En la crónica “Amor, volví a chocar”, Javier Valdez muestra con claridad la función del dinero como dispositivo que posibilita ordenar el desorden provocado por el choque de su pareja. Es un orden rápido, al margen del Estado, sus disposiciones y leyes. Un orden para volver al cotidiano donde el narco manda, controla y somete. En relación con las normativas, la policía en esa escena aparece como un actor que garantiza el cumplimiento de la voluntad del narco esposo, cuando le recomienda a una de las personas afectadas que reciba el dinero que le están ofreciendo, para de ese modo solucionar rápido el asunto que les convoca. No es una función formal, más bien de hecho, pero con gran solidez, ya que todas las personas involucradas aceptan los términos que se les proponen. Por último, la lógica que se refuerza con el despliegue de la entrega de dinero a las y los afectados por el accidente, muestra una forma de solucionar lo que ha acontecido: someterse a la voluntad que ahí se presenta en forma de compensación. ¿Qué otras opciones tenían las personas afectadas de rebelarse masivamente con ese modo de abordar lo que les había sucedido? La sutiliza de este tipo de violencia, posibilita observar al poder actuar: la mejor batalla es aquella que no se libra.
Lo interesante al considerar el ejercicio de la violencia como una herramienta al servicio del narcopatriarcado, radica en su posibilidad de comprenderla como un recurso dinámico que se adapta a diversas situaciones que afronta. En algunos casos la tortura, el secuestro, la desaparición de cuerpos puede ser una buena alternativa bajo esta lógica. En otras ocasiones bastará con hacer llegar un mensaje o realizar ciertas acciones (como regalar dinero) para que los demás comprendan cómo funcionan las cosas bajo el dominio del mundo narco.
La Dimensión Política del Narco Poder de las Masculinidades.
La política, entendida como un juego de fuerzas, entrega la posibilidad de comprender los márgenes en los cuales los personajes se pueden mover. Es decir, reconocen el campo en el cual sus acciones encuentran respaldo en determinados significados. Por ejemplo, cuando Yoselín se encuentra en la encrucijada entre el amor y el dinero, los lujos, básicamente lo que está vivenciado es el dilema entre una autonomía que la acerca al empobrecimiento o una aceptación a través del sometimiento a las reglas del narcopatriarcado. La política es establecer los términos en los cuales las personas van a pensar sus vidas.

Lo que se planteó anteriormente se relaciona con el horror. Siguiendo las palabras de Ovejero (2012), nos enfrentamos a aspectos que no nos habíamos cuestionado, y nos muestra los rincones oscuros, aquellos espacios que hemos evitado iluminar. Estos escritos actúan como una luz que revela los fantasmas que presentan al narco como una alternativa de vida frente a la muerte. El horror fantasmal se manifiesta al relativizar los valores sociales sobre los cuales las sociedades modernas habían construido su tejido social hasta ahora. Se observa una especie de nuevo pacto social, donde una mesa espera con un contrato, un lápiz y una pistola en el pecho, a la espera de ser firmado.
Una política anclada en el eje masculino hegemónico, como lo habitual, deseable, motor que organiza los encuentros sociales, contribuyendo de este modo a naturalizar la violencia y el poder, como únicas posibilidades. Una política que hace de sus mecanismos los insumos necesarios para la sostenibilidad de su proyecto de dominio: “Ella salió, ensangrentada, a medio caminar, y les reclamó. Él salió victorioso, con una nueve milímetros en la derecha. Los insultó. Les dijo «Váyanse a la chingada» y los policías se fueron” (Carolina, página 58). Una política del sin sentido.
Si la política es juego de fuerzas, los pequeños ejemplos de agenciamiento identificados en este conjunto de crónicas, invita a cautelar cualquier observación: ¿Qué posibilidades de resistencia tienen las y los sujetos frente al poder del narco y su cultura de muerte? ¿Qué prácticas alternativas al horror conocemos en las personas, grupos y comunidades que viven bajo el dominio del narcopatriarcado? Quizás estás preguntas posibiliten reconocer que los empeños que han sido totalizantes no lo son siempre con la misma fuerza, ni del mismo modo.
Reflexiones de Cierre: ¿Hay Vida Más Allá de la Propuesta del Narcopatriarcado?
La belleza, el poder y la violencia en manos del narcopatriarcado, no es más que una fragilidad muy poderosa en manos de varones que nos hacen menos libres. La vida que ofrece el narcopatriarcado es una que potencia la organización jerárquica de la sociedad, estructura perfecta para sus fines. Una donde se establece con claridad cuáles son los cuerpos que importan y cuáles son aquellos que pueden ser reducidos a meros objetos. El proyecto patriarcal al alero del narco es un proyecto de no vida. Por eso necesita estimular una serie de símbolos que le posibiliten crear la sensación de vitalidad: casas, autos, mujeres, voluntades sometidas, partes de cuerpo, armas, entre otros artefactos. Todo ellos al servicio de la clásica relación entre el amo y el esclavo.
Si el narcopatriarcado es muerte, ¿existe algún proyecto político que ofrezca vida en este tipo de contextos? ¿Hay salida a los fantasmas del horror y la crueldad? Rita Segato, en “Contrapedagogías de la Crueldad” (2018), comparte una pista, que a la luz de los hechos podría parecer irrisoria: la empatía. La crueldad es baja o nula empatía por parte de los varones en relación con los otros en las relaciones sociales de las cuales son parte. Lo anterior implica reconocer que estamos frente a una batalla cultural. Sin caer en respuestas unívocas o simples para fenómenos multidimensionales y complejos, parece interesante enfatizar en la idea que la guerra en curso (Cavarero, 2009) es también una dimensión política por las construcciones de género. Desmontar los valores sociales que posibilitan que los varones sientan placer por el sometimiento de otras/os mediante el ejercicio de la violencia, quizás sea una chispa que, junto a otras, comience a generar ese calorcito que necesitamos socialmente para encontrar refugio frente a la crueldad del narco.

En “Miss Narco”, Javier Valdez logra demostrar que ese mundo no es exclusivamente una cuestión de hombres. A través de sus crónicas, este ensayo buscó poner de manifiesto cómo las lógicas de dominio masculinas constituyen una de las bases para la sostenibilidad del proyecto político en cuestión. Adoptando una perspectiva de género, más allá de las personas individuales, y enfocándose en reconocer las dinámicas sociales, se abre la posibilidad de comprender los sistemas que establecen coordenadas para la acción en sociedad. De este modo, se trasciende la crítica moral y se avanza hacia una que permita reconocer las fracturas y grietas sobre las cuales se están construyendo otros modos de existencia. Se vislumbra una vida en la que el dolor, el sufrimiento y el horror no estén a merced de la voluntad de nadie en particular.
Las rebeldías de quienes cuestionaron el poder patriarcal del narco son una muestra de que la vida se abre paso en las peores circunstancias. ¿Con eso alcanza para construir alternativas? Por ahora no. Lo interesante radica en el hecho que, frente a poderes con pretensiones totalizantes, las voluntades que luchan por la dignidad se resisten a someterse, visibilizando resistencias –como las malas víctimas, o los familiares que se organizan para buscar a los suyos y exigir justicia, o como los periodistas que investigan a riesgo de muerte–, en un compromiso ético por narrar aquello que nos incomoda, que no queremos ver o que sencillamente ignoramos.
Esta realidad persistente invita a los lectores a trascender los límites establecidos y adentrarse en la profundidad de estas crónicas. El trabajo de cronistas como Javier Valdez se presenta como una invitación a despertar del letargo de nuestro tiempo, donde la lectura a menudo se ve reducida a nichos de mercado, disminuyendo nuestra capacidad para asombrarnos y sentir indignación frente a la destrucción de los lazos comunitarios. La omnipresencia del narco, en cualquier parte del mundo, ha instalado la deshumanización como una posible forma de relación social, lo cual equivale a decir que la convivencia social se ha transformado en horror. Nuestra libertad se ve afectada, ya que como lo dijo Mijaíl Bakunin hace dos siglos: “No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro/a, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad, es al contrario su condición necesaria y su confirmación”.
Bibliografía
- Max Weber – «Economía y sociedad» (2014).
- Javier Valdez – «Miss Narco» (2017).
- José Ovejero – «La ética de la crueldad» (2012).
- Michel Foucault – «Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión» (1975).
- Rita Segato – «Contrapedagogías de la crueldad» (2018).
- Joan Corominas – «Breve diccionario etimológico de la lengua castellana» (1987).
- Adriana Cavarero – «Horrorismo: nombrando la violencia contemporánea» (2009).