¿La Sociedad sin Proyecto?
Análisis de coyuntura del Dpto. de Sociología de la U. de Chile sobre las dificultades de articulación de luchas transformadora en nuestra sociedad.
por Manuel Antonio Garretón, Silvia Lamadrid, Rodrigo Asún,
Rodrigo Baño, Pablo Pérez y Fabiana Ivankovic.
No es novedad señalar que Chile enfrenta ya más de una década de estancamiento económico en términos de su crecimiento per cápita, y de lento pero paulatino aumento de la cesantía. Asimismo, hay una abrupta subida en algunos tipos de crímenes violentos, lo que se observa en el Gráfico 1, siendo 2021 el año en que se dispara el número de homicidios en el país.
Contrastando con lo anterior, la victimización delictual general (delitos consumados de todo tipo) se ha mantenido relativamente constante entre 2003-2022 e incluso evidencia una leve tendencia a la baja, como se observa en el Gráfico 2. No obstante, allí mismo se puede observar que la percepción de victimización se mantiene muy alta a lo largo de todo el período, tendiendo a aumentar en los últimos años.
Ciertamente, ello implica una distancia relevante entre los datos objetivos (victimización agregada) y subjetivos (percepción de victimización), agudizada a partir de 2018. En 2022, la opinión que sostiene que la delincuencia ha aumentado supera de forma histórica el 90%. Ello puede responder a una serie de factores, tales como el rol de los medios en la difusión de los delitos más violentos, el que la victimización agregada incluya sólo los delitos consumados y no los frustrados, y el aumento efectivo de crímenes graves como los homicidios (cometidos a veces bajo condiciones de violencia sin precedentes o ajenas a la cultura criminal local).
A nivel de opinión pública, estos desafíos se expresan hace tiempo en una percepción mayoritaria de estar viviendo en un país estancado o en retroceso y una mala evaluación de la situación económica general, tal como lo reflejan los Gráficos 3 y 4 con datos desde 2019 en adelante.
En consecuencia, hace un tiempo predomina el pesimismo en nuestro país. El punto de inflexión de este fenómeno (es decir, cuando las evaluaciones negativas pasan a ser ampliamente mayoritarias) se sitúa aproximadamente en el año 2014, precisamente cuando comienza el estancamiento de la economía en términos per cápita, tras décadas de crecimiento sostenido. Lo anterior también se refleja en la percepción ciudadana respecto de los principales problemas que enfrentaría Chile, donde los temas de inseguridad, delincuencia, narcotráfico e inmigración aparecen como temáticas claramente prioritarias. A modo de ejemplo, en el Gráfico 5 podemos observar que desde hace bastante tiempo más del 70% de los entrevistados sitúan la inseguridad, la delincuencia y el narcotráfico como el principal problema del país, lo que es seguido por preocupaciones respecto de la marcha de la economía (inflación, desempleo y crecimiento) y la inmigración, temáticas que alternan en segundo y tercer lugar de las preocupaciones ciudadanas. Este acento contrasta con la menor importancia atribuida a temas sociales como la desigualdad, la pobreza, la salud, la educación, la vivienda o las pensiones.
A partir de los datos disponibles en Chile hoy, es posible afirmar que las condiciones materiales de vida están en una situación igual o incluso peor que en 2019 y que, permanece un malestar extendido en la sociedad chilena. Sin embargo, convive con este malestar una clara ausencia de horizonte o proyecto político alternativo. Simplemente, no parecen existir propuestas políticas estructuradas que elaboren formas de salida del malestar y mejoramiento de las condiciones de vida actuales. La inexistencia de un proyecto colectivo responde en parte, como se ha argumentado largamente, a un extendido individualismo en que las preocupaciones de las personas están abocadas a la vida personal y su entorno cercano, mas no a temáticas generales. La erosión del concepto de nación o del sentido de pertenencia es una de las pruebas de ello. A nuestro modo de ver, este individualismo no se genera sólo por la hegemonía de alguna ideología (como el neoliberalismo), sino que también es producto de las condiciones objetivas de vida en nuestra sociedad. Es decir, nace de la forma en que actualmente se organiza el trabajo y la actividad social, además de la masificación de las redes sociales virtuales como medio de información y sociabilidad. En otras palabras, esta tendencia a lo privado no se explica sólo por el predominio de ciertas ideologías, sino que implica la generalización de un aislamiento real, objetivo. Las personas están solas.
Esta paulatina desaparición del colectivo, de los lugares de reunión o del cemento cultural y político de una sociedad, en última instancia, dificulta la actuación concertada necesaria para enfrentar los grandes desafíos y transformaciones de nuestro tiempo. Lleva asimismo a que la política caiga en una casi total irrelevancia. Ella no parece capaz de ofrecer alternativas y se limita a la administración del statu quo. Los individuos tampoco buscan en ella la solución a sus problemas.
Pareciera que solo una crisis significativa -por cierto, indeseable- como una recesión económica aguda, una guerra o una catástrofe natural, podría gatillar una vuelta a un pensamiento y horizontes colectivos. Por el momento, prevalece el malestar y el pesimismo, que incluso se acrecienta en una sociedad post estallido social y post pandemia. Sobre esto último, la pandemia reforzó la tendencia a la individuación y al aislamiento, al tiempo que generó una serie de inseguridades e inestabilidades que llevaron a las personas a enfocarse aún más en el impulso conservador de preservar lo alcanzado o lo conocido.
Tras el estallido social y el fracaso de su salida a través de los procesos constituyentes, se extinguió la ilusión en amplios sectores que participaron de las movilizaciones. Sin embargo, según entrevistas realizadas por miembros de nuestro laboratorio, existiría una diferencia entre aquellos grupos que participan en el estallido sin mayor experiencia previa en política o protestas, y quienes participaron con la experiencia anterior de ser activistas sociales (anarquistas, feministas, ecologistas, animalistas u otros). Entre los primeros existe una perspectiva mucho más desencantada respecto de las movilizaciones de 2019 y el ciclo constitucional. Tiende a prevalecer en ellos la percepción de que el estallido nació como un esfuerzo colectivo por mejorar las condiciones sociales de la gran mayoría de la población, pero algunos grupos se concentraron en el enfrentamiento con Carabineros y la violencia escaló a niveles que les resultaron emocionalmente insostenibles. Por ello, en este grupo existe una desaprobación más tajante de los desórdenes, daños y saqueos que ocurrieron durante el estallido social. Al mismo tiempo, el movimiento de protestas se canalizó a través de un proceso constituyente en el que los movimientos sociales asumieron un grado importante de liderazgo, actuando, según percibieron muchos, como partidos políticos o una nueva élite política, lo que inspiró rechazo. En cualquier caso, en este proceso constituyente para estos sectores las demandas sociales habrían quedado en un claro segundo plano.
En consecuencia, en los sectores menos movilizados y politizados, prevalece hoy en día un mayor escepticismo respecto a su participación en futuros movimientos o protestas. Dicho de otra manera, la decepción experimentada por estas personas torna difícil suponer que vuelvan a ilusionarse con un proyecto colectivo, por lo menos en un tiempo cercano.
Respecto de los activistas, su discurso sobre el estallido social y sus resultados es menos negativo, pues si bien se observa una importante desmoralización, mantienen la esperanza de la aparición de un movimiento futuro. Ellos tienden a concebir el estallido social como un despertar popular, un encuentro colectivo que se enfrentó a fuertes poderes que, pese a la fuerza del estallido, lograron imponerse comunicacionalmente. Por ello, apuntan a las fake news como una causa central del fracaso del proceso constituyente, así como a la existencia de una sociedad con un insuficiente nivel cultural o educacional como para resistir a dichos poderes. En algunos casos se agrega al diagnóstico anterior lo perjudicial que fue la ausencia de un liderazgo claro capaz de conducir el proceso.
Entonces ¿qué quedó del estallido social? Dentro de los grupos más optimistas y entre los activistas, habría quedado la evidencia de que “el pueblo” tiene la fuerza y la autoconciencia como para movilizarse en post de cambios sociales. Sin embargo, los sectores menos politizados y movilizados no consideran que haya quedado algo realmente. Su lectura del proceso es casi totalmente negativa o desesperanzada.
En términos comparativos, podría sostenerse que los estallidos sociales no generan cambios sustantivos por sí solos, porque precisamente se caracterizan por la ausencia de una organización o liderazgo capaz de conducir y operacionalizar las demandas de transformación. Son revueltas que expresan un malestar. Ahora bien, lo que dejan es el espacio para su salida, en que pueden surgir movimientos que otorguen un sentido de proyecto a las movilizaciones, o que bien se posicionen como reacción a ellas. En Chile, la propuesta de la Convención puede considerarse un intento por construir un proyecto centrado en las reivindicaciones levantadas en 2019, que no obstante fue rechazado de forma contundentemente por la votación popular.
También es importante considerar que el estallido social puede considerarse no sólo como una continuación del ciclo de protestas iniciado en 2011, sino también como el quiebre de dicho proceso. En ese sentido, se debe reconocer que el escenario actual es muy diferente a aquel de inicios de la década pasada. Posterior a 2019, y como producto del resultado de la Convención Constitucional, los movimientos sociales se debilitaron y creció la sospecha ciudadana respecto de un posible alejamiento de sus bases ciudadanas o populares. En tanto alternativa a los partidos políticos (rol que jugaron especialmente en el proceso de la Convención Constitucional), quedaron relativamente deslegitimados y pasaron a ser vistos por una parte de los ciudadanos como equivalentes a los políticos tradicionales, es decir, como una nueva élite igual de desconectada de la realidad de las personas comunes. La serie de escándalos de los constituyentes durante la elaboración de la propuesta constitucional habría jugado un rol crucial en el nacimiento de esta percepción. Podríamos entender entonces el voto de rechazo de dicha propuesta como una extensión del rechazo a las élites, cambiando sólo el rostro de quienes las encarnan.
En este marco, ¿qué espacio queda para la existencia de un movimiento y proyecto colectivo? Cualquier análisis sobre la posibilidad del surgimiento de un proceso de transformación social debe considerar que el fracaso del proceso anterior es reciente y está dentro de las experiencias vitales de toda la sociedad, por lo que es muy difícil que se embarquen en ello grupos muy amplios de la población. Quizá los únicos que podrían tener la motivación para embarcarse en algo más ambicioso son ciertos grupos de activistas, especialmente aquellos que atribuyen la derrota del proyecto a la hegemonía comunicacional de los poderosos y a otros factores exógenos, con lo que no han perdido tanta moral como el resto de la sociedad. Es decir, sólo dentro del estrecho margen de los activistas más convencidos parece haber espacio para movilizarse y presionar por cambios sociales profundos. Por supuesto, permanece el malestar generalizado con la situación actual, pero es improbable en el futuro inmediato el surgimiento de algo realmente masivo. En otros términos, podría haber intentos de movilizar a la población, pero posiblemente estos esfuerzos no lograrán convocatorias amplias, sino más bien focalizadas, lo que hace aparecer el riesgo de que cualquier desorden pueda ser fácilmente capitalizado por el discurso del orden que tanta importancia tiene para parte sustantiva de la población hoy en día.
La mayoría de los chilenos y chilenas parecieran estar orientándose hacia demandas más acotadas y materiales, y sobre todo de orden, que no pueden desatenderse. Como se indicaba al comienzo, el aumento de la inmigración y de los crímenes violentos, más la presencia del narcotráfico, son expresiones de desorden que son vistos como los grandes problemas que enfrenta hoy el país, superando a los temas sociales, por los que se había luchado tanto previamente. Dicho de otra manera, lo que conmueve la opinión pública hoy en día es la demanda por orden, y por tanto existe la posibilidad de que ante algunos movimientos de protesta que no sean capaces de construir previamente un proyecto colectivo, ni posean una organización o un liderazgo, muchas personas lo interpreten como simple desorden, facilitando o haciendo más probable que aparezca en reacción un proyecto o movimiento conservador poderoso.