La Moral Anarquista de Piotr Kropotkin
Somos egoístas como solidarios/as: no hay oposición entre ambos conceptos. El individuo que persigue su propio interés, no desea competir sino ser tratado/a solidariamente por quienes le rodean.
por Ignacio Calama.
13 de marzo de 1881, San Petersburgo. Hace una mañana fría y gris, pero el invierno está a pocos días de terminar. El Zar Alejandro II se dirige a su palacio de invierno, va montado en un carro, a su vez escoltado por la policía y la guardia imperial. Los revolucionarios, que lo tienen en la mira, anticipan con su muerte el inicio de una nueva era. Este zar ha impulsado algunas reformas liberales en el imperio, como la abolición de la servidumbre; sin embargo, está lejos de abandonar su postura autocrática: se vuelve un atroz represor cada vez que detecta cualquier desafío a su autoridad. Este no es el primer atentado contra su vida; desde 1866 ha sobrevivido ya a seis. Es además el segundo intento del grupo Narodnaya Volya, “Voluntad del Pueblo”, dirigido por la joven Sofia Perovskaya. El clima político no puede ser más agitado; las ideas socialistas y libertarias han penetrado en Rusia, sobre todo a través de las y los jóvenes.
Mientras el carro transita a orillas del Canal de Catalina, Nikolái Rysakov, que camina por la vereda, arroja una bomba bajo las patas de los caballos. La explosión mata a uno de los cosacos y hiere a algunas personas alrededor, pero el zar sale ileso. Emerge del carro para comprobar los daños, y enseguida Ignaty Grinevitsky lanza una segunda bomba, a los pies del zar. La explosión hiere fatalmente al objetivo y al perpetrador.
Las y los anarquistas, ¿tienen moralidad? ¿Cómo podrían formular cualquier sistema moral, si rechazan toda forma de sometimiento? ¿Cómo podrían justificar moralmente la violencia? ¿Qué preceptos de conducta podrían quedar en pie tras el derribo de las más arraigadas instituciones?
Esta es la materia de la que trata La Moral Anarquista (1889), de Piotr Kropotkin, publicado mientras el autor vivía exiliado en Londres. Kropotkin, que además de teórico fue geógrafo y zoólogo, desarrolló una teoría moral filosófica con un potente fundamento científico. El accionar revolucionario es impulsado por la solidaridad y, más importante aún, por un profundo amor a la justicia. Aquello que mantiene con vida a nuestra especie es el apoyo mutuo. Estamos ante un tratado tanto científico como filosófico, que además, a pesar de su brevedad, cubre multitud de polémicas en el marco de las teorías éticas y biológicas desarrolladas durante el siglo XIX.
De la mano de los nuevos avances de la ciencia, la filosofía moral sufre una profunda transformación. Herbert Spencer, tras leer a Darwin, intenta hacer un paralelo entre la selección natural y sus teorías económicas marcadamente individualistas, dando origen al concepto de “supervivencia del más apto”: rechaza el colectivismo y postula que la competencia entre individuos es el motor del progreso. Pensadores como Stirner y Nietzsche pregonan que las normas morales han sido impuestas por el poder y el engaño, y para resistirlas proponen un individualismo radical. Las y los jóvenes del movimiento nihilista en Rusia renegaron de la moral, y muchos se llamaron a sí mismos “inmorales”. El cura, el juez y el gobernante nos han enseñado que es malo mentir, robar y asesinar. Sin embargo, todo lo que la Iglesia y el Estado tienen lo han conseguido mediante el engaño, el saqueo y la guerra. ¿Qué principios morales podrían quedar en pie ante una mente crítica?
En esta crisis de la moralidad, Kropotkin rescata aquello que ha sido omitido por el pensamiento individualista: nuestra necesidad social, que nace de la necesidad material de cooperación entre individuos para hacer posible la supervivencia. Esta necesidad es la que nos impulsa a obrar con justicia para con los demás, y alzarnos violentamente contra todas las injusticias. A continuación, presentamos un resumen del lúcido análisis que hace este breve libro acerca de cómo la felicidad del individuo se identifica con la felicidad de los demás miembros de su especie.
El ser humano, ¿es bueno o malo por naturaleza? Rousseau cree que el ser humano es inherentemente bueno, pacífico y compasivo; que en estado natural, es amoral, ya que el concepto de moral solo se da dentro del marco de la civilización. Hobbes, en cambio, considera que el ser humano es violento y egoísta; declara que “el hombre es el lobo del hombre” y que es necesario que se someta al control de un soberano para lograr la paz. Cuando una controversia se prolonga durante años o siglos, suele ser porque los términos de la discordia no están bien planteados. El ser humano no es inherentemente altruista ni egoísta, sino que el interés de cada uno de los individuos (cada uno/a de nosotras y nosotros) es lograr el apoyo mutuo.
Para entenderlo, es necesario comprender en primer lugar que cada acto humano es causado por alguna motivación. “Buscar el placer, evitar el dolor, es el hecho general (otros dirían la ley) del mundo orgánico: es la esencia de la vida. Sin este afán por lo agradable, la existencia sería imposible. Se disgregaría el organismo, la vida cesaría. Así, pues, cualquiera que sea la acción del ser humano, cualquiera que sea su línea de conducta, obra siempre obedeciendo a una necesidad de su naturaleza”. En efecto, los seres vivos se proveen a sí mismos de alimento y agua, y al mismo tiempo intentan evitar el peligro de cualquier tipo. En este sentido, todos los individuos se comportan motivados por sus propios intereses.
Al analizar los actos altruistas, nos damos cuenta de que estos también son motivados por el placer personal. Una persona puede realizar actos altruistas para ganarse el respeto de los demás, o para sentir la satisfacción de ver cubiertas las necesidades de otros/as. Sin embargo, es impensable que cualquier persona actúe, incluso en los casos de más grande autosacrificio, sin perseguir algún tipo de placer. Esta es la llamada Teoría del Egoísmo. Aún una persona que busca su propio dolor sea mediante el masoquismo o el autosacrificio, en el fondo de esto busca una forma de placer.
El que todos y todas seamos egoístas no nos priva de moralidad, nuestros actos no son indiferentes. Una observación más amplia del comportamiento de las especies, es decir, de la forma en que se comportan en conjunto los individuos, nos revela un patrón esencial: todas las especies procuran conservarse a sí mismas. Un principio general que se repite aún entre los más diversos códigos morales formulados por el ser humano es: “Lo que se considera bueno […] es lo que se considera útil para la conservación de la especie, y lo que se considera malo es lo que se considera perjudicial”.
Sin embargo, más allá de la autoconservación, la fuente esencial de la moralidad humana es el sentimiento de empatía. Este nos permite adelantar otro paso más allá del solipsismo ético. Casi todos y todas hemos sentido tristeza al contemplar a otra persona que siente tristeza, y con frecuencia la risa de otra persona es lo que nos hace reír. Y, al contemplar a alguien padeciendo una injusticia, nos indignamos junto con ella y nos sentimos inclinados a remediarla. Millones de años de evolución biológica nos han condicionado para sentir empatía y actuar solidariamente. Es por esto que, “sería más fácil a la persona habituarse a andar en cuatro pies que librarse del sentimiento moral”.
Así, resulta que los seres humanos somos, por naturaleza, tanto egoístas como solidarios/as: no hay oposición entre ambos conceptos. El individuo, que persigue su propio interés, desea, no competir, sino ser tratado solidariamente por quienes le rodean. Para conseguirlo, es necesario alcanzar la reciprocidad. La regla de oro del anarquismo es: “Hagamos a las y los demás lo que quisiéramos que hicieran por nosotros/as en las mismas circunstancias”. Por lo tanto, al individuo también le interesa tratar solidariamente a otros/as; este altruismo es parte esencial de su egoísmo. Actuar de acuerdo con esta naturaleza es actuar moralmente. “Más aún, cuando cada miembro de la sociedad comprende la solidaridad para con los demás, mejor se desarrollan en todas y todos estas dos cualidades que son los factores principales de la victoria y del progreso: de una parte el valor, y la libre iniciativa del individuo, de la otra”.
Así, hemos formulado el apoyo mutuo: el mecanismo que hace posible la supervivencia de la especie. En efecto, la cooperación es lo que le permite sortear las dificultades y tener éxito en el mundo natural. Es aquí donde llegamos a un punto clave de nuestro análisis, dado que el apoyo mutuo es nada menos que el fundamento moral y científico del anarquismo. Toda acción anarquista está motivada por la solidaridad; toda forma de activismo y autogestión, de libre asociación para alcanzar distintos fines, y toda forma de violencia contra el poder. En efecto, la lucha contra todas las injusticias es imperativa.
A lo largo del Gorgias, Sócrates rechaza el individualismo de Calicles (anticipativo del de Nietzsche) y declara con insistencia que cometer una injusticia es peor que padecerla. Es cierto que mantenemos una clara distancia de las ideas de Platón formuladas en otros de sus diálogos. Sin embargo, es digno de notar que la discusión de Sócrates contra el sofista y sus discípulos, también dada en un contexto de honda crisis del pensamiento moral, mantiene una vigencia de la que Kropotkin hace eco al declarar: “pedimos se nos desposea, si un día, mintiendo a nuestros principios, nos apoderamos de una herencia –aun caída del cielo, herencia– para emplearla en la explotación de los demás. […] toda persona sensible pide que antes se lo aniquile que llegar a ser víbora; que se le hunda un puñal en el corazón, si alguna vez ocupara el lugar de un tirano destronado”.
El uso de la violencia es legítimo, siempre que su motivación principal sea el odio hacia la tiranía. Acerca del caso que narramos al principio de este artículo, Kropotkin comenta:
“Perovskaya y sus amigos mataron al zar ruso. Y la humanidad entera, a pesar de su repugnancia por la sangre vertida, a pesar de sus simpatías por quien permitió liberar a los siervos, les reconoció este derecho. ¿Por qué? No por reconocer el acto útil, las tres cuartas partes dudan aún, sino por comprender que por todo el oro del mundo Perovskaya y sus amigos no habrían consentido en llegar a ser tiranos a su vez. Quienes ignoran los detalles de todo el drama están seguros, sin embargo, de que no fue una bravuconada de jóvenes, un crimen palaciego, ni la ambición del poder; era el odio a la tiranía hasta el desprecio de sí mismo, hasta la muerte. Aquéllos –se dijo– habían conquistado el derecho a matar”.
Cuando hablamos de apoyo mutuo, hablamos de una nueva forma de entender al ser humano. El apoyo mutuo es posible porque la felicidad del individuo es, no opuesta, tampoco complementaria, sino equivalente a la felicidad de los demás miembros de su propia especie. La felicidad más alta es la felicidad social.