La Expansión de la Producción Capitalista Como la Verdadera Pandemia
Actualmente, el capitalismo se sostiene en base a la producción continua de capital ficticio. Nuestras deudas o cualquier tipo de inyección financiera son la única opción que nos otorga el sistema capitalista para poder cubrir nuestras necesidades, y a la vez es lo que le permite seguir existiendo. De modo que, al hacernos conscientes de esta ficción, podemos entender el miedo generalizado de la burguesía que ve cómo la estabilidad de su modelo de dominación se ve puesta en juego.
El panorama global que ha desencadenado la pandemia del Covid-19 nos ha hecho cambiar completamente nuestro cotidiano. La rápida adaptación y propagación del Coronavirus ha sido el tema obligado del mundo entero, que a través de estériles cifras y bombardeos de información, se ha tomado todos los espacios de discusión para tratar de entender el panorama con el que estamos lidiando. En los medios de comunicación es un tema constante. Un virus nos devuelve repentinamente la condición humana. A cualquiera puede darle, no importa la edad, el sexo, el país de origen. Aparentemente, la muerte está más presente que nunca.
Así los medios de comunicación burgueses han sido el púlpito al que han saltado los representantes de la clase política, científicos, economistas, entre otros muchos expertos, a dar cátedra de las diferentes medidas que se deben tomar para hacer frente a la crisis sanitaria. Como si se tratara de una insurgencia, vemos cómo los gobiernos se llenan la boca de que sólo con unidad podremos vencer a este enemigo poderoso, emplazando a la guerra todo el tiempo, jugando al combate contra este hostil adversario invisible.
Se ha procedido con la idea de que el pueblo debe ser tratado como un individuo menor, que debe ser cuidado y dirigido por estos “expertos” que deben hablar por él, y hacerse cargo de su protección; sobre todo cuando la pobreza y precariedad de las condiciones de vida de la clase trabajadora se han puesto de manifiesto con fuerza, saltando a la cara la brutalidad del sistema capitalista. De manera que la ciudadanía espera pasivamente la intervención del Estado, y la represión ejercida por estos durante este tiempo se ha visto favorecida por su carácter aparentemente humanitario.
Aun así, en todos los canales podemos ver a diario imágenes desgarradoras de los hospitales colapsados con gente internada en los pasillos o esperando a ser atendida en ambulancias, personas muriendo en sus casas que fueron devueltas por la incapacidad del sistema sanitario, a las policías en las calles reprimiendo a la población que debe salir a buscar su sustento, a los programas de televisión haciendo un espectáculo de las precarias condiciones de vida en la que viven millones de habitantes del territorio, a los que acuden por caridad, como si eso solucionara los problemas que subyacen sus circunstancias.
Se habla de cifras, de medidas a implementar, del avance del virus, pero nunca sobre lo que ha originado el desarrollo de la enfermedad: las relaciones sociales de producción que se ocultan tras estos acontecimientos.
El contagio comenzó a propagarse con bastante rapidez, siendo el primer epicentro de la pandemia el núcleo de la producción capitalista. En países como China, Italia, España o Estados Unidos el contagio se disparó, y súbitamente la producción y circulación de mercancías vio amenazada su conveniente circulación habitual, pues la enfermedad se expandió al resto del mundo, ocasionando el colapso del sistema sanitario y de la normalidad a escala global.
Como con otras enfermedades, el Coronavirus se acomodó y esparció rápidamente gracias a una degradación general de las condiciones de vida de la mayoría de la población: el hacinamiento ampliamente extendido, la pésima calidad y deficiencia de la salud más básica y la ineficacia de los mecanismos de notificación de los recintos sanitarios, son sólo algunos ejemplos concretos de lo que vive la población proletaria, y que han servido a la propagación del virus.
Todo ocultado bajo el velo de resplandecientes ciudades y enormes fábricas que encandilan todo con el brillo de su próspero progreso, la justificación de la degradación: el crecimiento económico increíble sostenido con el trabajo de millones que, obligados y obligadas a vender su fuerza de trabajo, se mantienen peleando a la contra en condiciones brutales. Por eso cuando la clase política llama a aumentar las medidas restrictivas y esperar pacientemente las soluciones que están pactando entre ellos, en la comodidad de su privilegio, estalla la rabia.
Esa misma rabia venía expresándose hace bastante tiempo en diferentes lugares del mundo que se habían alzado contra las injusticias del sistema capitalista, y que, sin ir más lejos, tenía a nuestro territorio movilizado desde el 18 de Octubre en contra de los abusos y la explotación que hemos tenido que aguantar durante años como clase proletaria.
Porque como hemos visto, las medidas implementadas más que enfrentar el problema, parecieran únicamente apuntar a mantener sus privilegios de clase y beneficiar al empresariado; concediéndoles créditos y subvenciones estatales mientras que hacen vista gorda a las cientos de miles de muertes y a la agudizada pobreza que viven actualmente las trabajadoras y trabajadores.
Además de no poder salir a trabajar para procurar el sustento diario familiar, el Estado ha traspasado la carga de la crisis económica que se ha producido por su ineficiencia a las miles de familias proletarias que hoy viven el desamparo. Intentando mitigar las consecuencias de la crisis han desplegado algunas medidas como los bonos de emergencia, la entrega de cajas de mercadería o la posibilidad de acceder a créditos bancarios, pero bien sabemos que no son más que miserables migajas que quedan cortas ante la urgencia de la realidad que nos sobreviene.
Esto ha sido decisivo en el descrédito de la autoridad actualmente, ya que la gente está empezando a advertir que el Estado está constituido por un montón de burócratas incompetentes que no tienen idea de la verdadera situación de la pandemia ni de la realidad obrera, pero que aún así se dan la prerrogativa de figurar y decirnos cómo manejar la situación. En definitiva, de que la figura del Estado no cumple la única función que justifica su existencia.
Actualmente, el capitalismo se sostiene en base a la producción continua de capital ficticio. Nuestras deudas o cualquier tipo de inyección financiera son la única opción que nos otorga el sistema capitalista para poder cubrir nuestras necesidades, y a la vez es lo que le permite seguir existiendo. De modo que, al hacernos conscientes de esta ficción, podemos entender el miedo generalizado de la burguesía que ve cómo la estabilidad de su modelo de dominación se ve puesta en juego.
Es por eso por lo que en los medios de comunicación masiva manejados por la burguesía este tema pasa inadvertido. Disfrazado por la aparente preocupación por la población que sufre los estragos de una clase dominante interesada sólo en mantener sus privilegios que toma decisiones en función de la economía para continuar enriqueciéndose a costa de nuestras vidas, se esconde el terror de la burguesía, que necesita a toda costa reforzar el discurso de dominación y reproducirlo con descaro para poder reforzar su autoridad.
Sin embargo, a medida que la crisis del capitalismo siga escondiéndose, y que tanto la pandemia como otras catástrofes que vivimos actualmente sigan siendo atribuidas a razones aparentemente apolíticas y no económicas (como al calentamiento global, a la proliferación de la contaminación, o incluso a la casualidad), aparecerán nuevas epidemias, desastres naturales, con todas las consecuencias sociales y económicas que esto significa.
No es difícil imaginar que quienes vivirán sus efectos serán únicamente personas de la clase trabajadora, que como hoy, intentarán sortear la miseria con fuerza. Esa es la razón por la que no podemos seguir esperando de brazos cruzados y apelar al sentido moral de la burguesía.
Hoy más que nunca es necesaria la unión de la clase obrera, la articulación de redes de solidaridad y apoyo mutuo. No sólo para hacer frente a las condiciones a las que nos ha arrastrado la clase dominante actualmente con el Covid-19, sino frente a las injusticias del capitalismo que sumerge nuestras vidas en un bucle de opresión y explotación constante, que se cuela en todos los ámbitos de nuestra existencia. Sólo de esta manera, con horizontalidad, apoyo mutuo y acción directa, podremos desmantelar el feroz negocio de la burguesía que se alimenta de nuestra necesidad; así avanzar a la Revolución Social, teniendo como horizonte la Anarquía, buscando despuntar la aurora de un futuro mejor.