El Desacuerdo de Jacques Ranciere
La política es en primer lugar el conflicto acerca de la existencia de un escenario común, la existencia y la calidad de quienes están presentes en él.
La estructura de poder vigente en nuestra sociedad divide a la población entre quienes toman las decisiones que nos afectan a todas y todos, es decir, empresarios y gobernantes por una parte; y quienes quedamos excluidos/as de esa posibilidad, es decir, no participamos en la toma de decisiones de los temas que nos afectan directamente, como qué producimos, cómo nos educamos o cómo vivimos. En otras palabras, esta sociedad no solo establece una relación de explotación entre quienes detentan la propiedad de los medios de producción y quienes venden su fuerza de trabajo a cambio de un salario, sino además existe una relación de opresión entre la clase dominante y el resto de las personas.
Desde esta perspectiva, no es posible esperar que desde esa misma estructura de poder se produzcan los cambios, mejoren las condiciones de vida o surjan posibilidades de encuentro entre las clases antagónicas. Así, quienes optan por la acción ciudadana-electoral, cuestionan las debilidades del poder estatal, intentando repararlo o modificarlo, legitimando y fortaleciendo al mismo tiempo el paradigma de dominación que sostiene al Estado como necesario y único ente capaz de realizar cambios sociales. Por otro lado, quienes adoptan la consigna de guerra social, no sólo se hacen cargo de los antagonismos de clase, sino que rechazan las reproducciones de las lógicas de poder en nuestra cotidianeidad.
Sin embargo, ciudadanía y confrontación directa no sólo son dos opciones políticas excluyentes entre sí, también se sitúan en diferentes niveles del campo político, no son comparables. Saltar de una a otra, requiere no sólo un cambio de preferencias en torno a un tema específico, por más importante que este pareciera, para cambiar de una postura a otra, se requiere modificar (ampliar) el punto de vista. Trasladar al sujeto desde la disyuntiva por diferentes opciones frente a un problema, al cuestionamiento por la definición misma del problema. Y este es uno de los puntos que el francés Jacques Ranciere profundiza en su texto “El Desacuerdo”, distinguiendo entre los conceptos de “política” y “policía”.
Al respecto, el autor sostiene que “la política es en primer lugar el conflicto acerca de la existencia de un escenario común, la existencia y la calidad de quienes están presentes en él… No hay política porque las personas, gracias al privilegio de la palabra, ponen en común sus intereses. Hay política porque quienes no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre éstos e instituyen una comunidad por el hecho de poner en común la distorsión, que no es otra cosa que el enfrentamiento mismo, la contradicción de dos mundos alojados en uno solo”[1]. En definitiva, la denominación política, se refiere al juego de fuerzas por establecer lo social propiamente tal, es decir, la lucha por las definiciones más generales de la vida colectiva. La definición de lo posible y aceptado socialmente, así como de los desafíos que colectivamente serán asumidos. Lo verdaderamente político, es la definición del juego de fuerzas por definir quienes componen lo social, es decir, la aparición de grupos dominados y subalternos o incluso, la emergencia de cuestionamientos a las lógicas del sistema social.
Estos elementos, son radicalmente distintos de lo que desde el simulacro democrático se propone. “Generalmente se denomina política al conjunto de los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución. Propongo dar otro nombre a esta distribución y al sistema de estas legitimaciones. Propongo llamarlo policía”[2].
Las acciones que componen el campo “policía”, centran su discurso sobre la soberanía del poder, es decir, sobre los grados de legitimidad y sus lugares de cobertura y jurisdicción. Ampliando o reduciendo el aparataje de las estructuras de poder ya establecidas, por ejemplo, sosteniendo que el Estado se haga cargo o no de problemáticas sociales o sobre la ampliación de los conceptos de ciudadanía o democracia. En definitiva, se entiende al poder como contexto natural dado, y no como una lucha constante o un movimiento de grupos sociales antagónicos.
Más aún, las demandas y reivindicaciones levantadas por los movimientos ciudadanos, también cae en la lógica de la soberanía y la cobertura del poder, es decir en el campo de lo que se ha denominado policía. Esto pues no interviene en las relaciones de fuerza que constituyen la política. Tal es el caso de los movimientos reivindicativos entorno a temas como la salud, la educación, las relaciones laborales, etc.
Si bien, la precariedad de estas reivindicaciones ciudadanas se origina en esta característica se debe principalmente a las condiciones de vida que imponen las relaciones de poder hoy imperantes, también es posible encontrarlas en la propia idea de simulacro de participación que supone el juego democrático. Es decir, el propio Estado genera o permite sentidos y movilización de actores ciudadanos, siempre y cuando, se mantenga dentro de sus parámetros y lógicas internas (CUT, PC, ANEF; Colegio de Profesores, etc.), es decir, no cuestione la integridad del sistema. Si se quiere, mientras no asuma un carácter netamente político.
Cabe preguntar qué posibilidades hay de intervenir en las relaciones de poder que originan estas situaciones concretas. Dicho de otro modo, resulta interesante profundizar en las posibilidades reales de irrupción política de los grupos subalternos, más allá de los pequeños estallidos de revuelta callejera, que es hasta donde se han expresado principalmente. En qué medida, pueden articular discursos y sentidos que transformen la rabia o la crítica radical en alternativa social. Obviamente, sin pretender constituirse en Estado, es decir, modificar lo social, sin la toma del poder.
Para potenciar este debate, sin duda recomendamos leer este texto de Ranciere, disfrútenlo.
[1] Ranciere, Jacques “El Desacuerdo. Política y Filosofía”, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1996, Pág. 42.
[2] Ibid., Pág. 43.