El Arte como Artesanía Anarquista en Cori Piccirilli
El arte y el anarquismo comparten una raíz común en la búsqueda de la libertad y la subversión de las estructuras opresivas.
por Pedro Peumo.
El arte y el anarquismo comparten una raíz común en la búsqueda de la libertad y la subversión de las estructuras opresivas capitalistas. Ambos rechazan las jerarquías establecidas y buscan alternativas para expresar el potencial humano sin restricciones.
Mientras el arte se presenta como un medio de expresión creativa que desafía las normas sociales construidas en el capitalismo, el anarquismo aboga por una organización social basada en la cooperación, la igualdad y la autonomía. En conjunto, representan una intersección poderosa que ha servido históricamente para imaginar mundos nuevos y cuestionar el capitalismo existente.
Sin embargo, el vínculo entre arte y anarquismo no solo reside en la potencia de su mensaje emancipador, sino también en el proceso creativo mismo. Ambos comparten una aversión hacia la autoridad centralizada y promueven una libertad radical en la expresión y la organización.
Así, el arte anarquista solo puede ser concebido desde la autogestión, que no es más que una expresión del deseo de horizontalidad y cooperación frente al capitalismo, intrínsecamente autoritario (aunque se disfrace de “libertad”). Esta lucha, que no es más que la lucha de clases llevada a su máxima expresión sugiere que el arte no solo puede ser un reflejo de los ideales anarquistas, sino también un medio para practicarlos y difundirlos, imaginando siempre un futuro más allá.
Es en este ambiente de lucha clasista que los dibujos y la poesía de Cori Piccirilli cobran fuerza. En sus palabras: “… artesana, jardinera, yuyera… bichera, simplemente humana”. Cori, quien fuera una estudiante de comunicación social y artes unos años atrás, hoy es una reconocida artista plástica y escritora anarquista que publica en redes sociales, compartiendo siempre reflexiones ácratas, citas con una actualidad refrescante que logran hacer una simbiosis con las imágenes que Cori nos propone.
“Soy simplemente un ser humano, un fuego sensible, visceral. A veces casi como una pequeña brasa incandescente, otras como lava ardiente en erupción, pero nunca un silencio de renuncia voluntaria. Soy un ser humano que persigue un ideal primigenio por la libertad, justicia e igualdad. Lo hago porque no puedo impedírmelo, porque siento la necesidad de ello, es un impulso febril que me nace de las vísceras y porque, muchas veces, esa es mi única manera de comunicarme. (Mi anhelo personal, mi lucha familiar, los caminos periféricos que me enseñaron a observar la realidad me trajeron hasta acá, que fue antes o después lo ignoro… porque de algún modo todo forma parte de lo mismo y todo estaba dentro mío).”
Cori Piccirilli se transforma así en una incansable divulgadora de la idea: “Otra cosa que siempre pienso es que es muy fácil hacer anarquismo para anarquistas, en las redes suma muchos me gusta y demás; pero hacer sólo ello nos encierra en algo que podríamos interpretar sectario (si se me permite el término); la gente común no sabe, no entiende todo ello (por desconocimiento o lo que fuera), entonces a veces prefiero correrme un poco de ahí y usar el arte para entrar y salir y llegar a otras personas”.
Leyendo los poemas y observando detenidamente los intrincados dibujos de Cori descubrimos este arte anarquista, que es siempre una forma de artesanía. Una forma de arte “de lo simple a lo complejo” que aborda la problemática social desde el trabajo, ya como crítica al trabajo alienado en el capitalismo, ya como potencia liberadora cuando éste no está alienado. El paradigma del trabajo en el anarquismo será entonces en Cori siempre una forma de artesanía, “manual”, donde la artista nos muestra su mundo interior sin barreras, una forma de arte diametralmente opuesta al “arte” que se nos propone hoy en día desde los museos y las galerías, como una forma de alienación capitalista, impersonal, como un simple negocio multimillonario. Cori nos propone cada día un alto reflexivo que nos invita a repensar nuestra situación, nos devuelve a lo primordial, haciendo de su artesanía la necesaria conexión con esa universalidad del anarquismo que nos reencuentra con los compañeros y compañeras de ayer, de hoy y del mañana.
“Diríase que la vida se halla ausente en estas tinieblas, y, sin embargo, allí continúa, aferrada a los rincones como las setas.
Cuando la muerte se posa desnuda en mi sombra puedo oler la sangre humana mezclada con el humo y el barro. El mundo huele a sudor, sangre, pólvora, plomo. Hay iras, hay volcanes bajo la carne, hay sed, hay hambre de cientos de generaciones de esclavos sucumbidos. Hasta el más ciego puede ver claramente que, por los caminos que siguen las elites burguesas y los hombres de Estado, no puede marchar el pueblo trabajador. La libertad no puede encerrarse en el estrecho marco de una Constitución; ¡si no puede respirar, se asfixia!
Mi corazón suda en los surcos un sueño. Indómita, una desesperación famélica me habita. Lágrimas de tinta recorren las pálidas hojas. Como caballos bravíos desatando su galope salvaje voy entropillando estas líneas paridas de muy adentro, de las barricadas amanecidas, de las noches gastadas, del dolor de los caídos, de ilusiones abrazadas cuando todo es nada y la escarcha blanquea, sangro y grito. El fuego en mis entrañas incendia la calma -un fuego sensible, fuego visceral- y una lámpara arde incesante en la casa de la vigilia, allí donde se cuece el pan y se pare la rabia de los explotados. Llamaradas enormes, greñudas, intentando apagar las mudas tinieblas. Porque para los desterrados la noche no termina nunca y el camino siempre tiene escarchas en invierno. El carnicero sediento de sangre asecha infatigablemente en las sombras de los arrabales, se lo devora todo, mata lo que encuentra a su paso. Un mundo -tal vez lejano- que también es tu mundo, un mundo donde nos desuellan y el olor agridulce y espeso de la sangre de los nuestros inunda el aire. Destrucción.
Aciaga noche sin luna donde sueño despierta un sueño que también es tu sueño.
Desde los suburbios márgenes de la clandestinidad, el anarquista grita sin mirar atrás y su eco forastero repica sin cesar bajo la tempestad, transitando este sueño por las pedregosas rutas de la impunidad, encendiendo la chispa que le da vida al ideal. Vivir la anarquía aquí y ahora, es una tarea reñida y para nada sencilla, pero no imposible.
La respuesta a lo que soy, a lo que siento, el camino que he de seguir, brota desde lo más profundo de mi corazón, elegimos el más justo, el más honesto, el más generoso, el más razonado. Decía el compañero Rodolfo González Pacheco «No van a ser nuestros huesos los que se alzarán de la tierra, sino nuestros pensamientos de amor, de paz, de vida libre. Caigamos, pues por algo más que por odio o por venganza: ¡Por la libertad, que ha de perdurar eterna! ¡más allá de nosotros, más allá de los tiranos! ¡más allá siempre!»
¡Lucharé hasta que el tiempo multiplique este pequeño intento en miles de corazones!
La lucha no puede morir. Larga vida, anarquía. (A)”
-Cori Piccirilli-