Una nota breve sobre la Revolución Social

Lo que es imperdonable como anarquistas y anarcosindicalistas es que no estemos organizados/as y preparadas/os para aprovechar cada coyuntura de la historia para generar procesos encaminados hacia la Revolución Social.

por Pedro Peumo

Desde que una primera minoría se erigió en soberana de los demás, tal vez como lo plantea Murray Bookchin, en una primera gerontocracia, es decir, en el gobierno de los viejos y viejas de la tribu (los primeros políticos, generales y chamanes), apoyados por un ejército bien armado y formado por jóvenes que no querían trabajar como los demás. Desde que la mayoría (digámosle el «pueblo») se ve obligada a trabajar, ya no para el sustento común, sino para que estos caciques, chamanes y jefes militares distribuyan a su gusto el producto del trabajo colectivo, la guerra de clases sociales fue desatada, no por el pueblo, sino por esta élite, que controla al resto a través de la persuasión (como solo los viejos y viejas saben hacerlo, desarrollando la idea de religión y nacionalidad), y a través de las armas (que empuñan las y los más dóciles o esclavizados/as).

La situación del ser humano desde esta antigüedad no ha cambiado mucho en estos miles de años. Años que sin embargo son solo una pequeña fracción de la historia de la humanidad, desde que bajamos de los árboles hasta llegar a la luna. La mayoría del tiempo vivíamos en una situación de comunidad, en clanes, bandas y tribus, pero en un proceso de civilización aún incipiente, que no nos permitía liberarnos de las condiciones de nuestra sobrevivencia.

Si bien la civilización que apareció paralela al proceso de jerarquización y la aparición de las clases sociales nos ha traído un sinnúmero de ventajas, de desarrollo del conocimiento y una sobrevida que nos permite poder vivir y ya no solo sobrevivir, el hecho que se haya desarrollado en un ambiente de dominación y explotación ha causado que esta civilización produzca tanto bienestar como sufrimiento al pueblo.

Frente a esto, los sectores más conscientes del pueblo desde el primer momento se han querido revelar ante esta situación de injusticia social, y han empujado al resto en períodos revolucionarios que aceleran el tránsito evolutivo cultural desde esta situación de dominación y explotación a una de comunidad, como en un principio pero con las ventajas de la civilización.

Estos/as revolucionarios y revolucionarias que surgen desde el pueblo, sin embargo, hasta el momento solo han logrado producir casi exclusivamente revoluciones «políticas», es decir derrocar gobiernos despóticos para hacerse con el poder e instaurar nuevos gobiernos donde el pueblo se sienta más partícipe, por lo menos en un primer momento, porque al transformarse ellas y ellos en una nueva elite, y recrear diferentes tipos de gobierno, el pueblo sigue en una situación de opresión y explotación, bajo nuevas caras con nuevas justificaciones, que se imponen como siempre a través de la persuasión y la fuerza militar.

Es así como el liberalismo, el marxismo y el fascismo representan en el siglo XX el punto cúlmine de las teorías revolucionarias que aún plantean la revolución política y el cambio de un gobierno por otro («más justo»).

Sin embargo, paralela a estas nuevas teorías, en un primer momento en Europa pero luego en todo el mundo, y gracias a que la civilización ha creado una masa crítica de revolucionarios y revolucionarias, ahora con ideas más concretas y la experiencia de las que les precedieron, es que surge un grupo con una idea radicalmente nueva, que ya no plantea solo el derrocamiento del gobierno para implantar otro «más justo», sino que se da cuenta de que al establecer ese nuevo gobierno se transformará también en una nueva élite opresora y explotadora.

Estos/as revolucionarios y revolucionarias «sociales», desde principios del siglo XIX, comienzan a desarrollar la idea que solo a través de una FEDERACIÓN de productores/as se elimina el centralismo gubernamental, es decir, a través de la organización de los talleres y comunas. Se dan cuenta también que sólo a través de una REVOLUCIÓN SOCIAL, donde el pueblo en su conjunto tome las armas, podrá cambiar su destino frente a una elite que les hará la guerra y destruirá todo con tal de no perder sus privilegios.

Finalmente, en 1872, el Congreso de Saint-Imier de la Asociación Internacional de Trabajadores/as (AIT), estos/as revolucionarios y revolucionarias, organizados/as en sindicatos revolucionarios, decretan que esta Revolución Social solo puede ser hecha por ellas y ellos mismos/as, y que su primer deber es el derrocamiento de todo poder político (incluido aquel que diga representarles), lo que por fin va a romper con el círculo vicioso de las revoluciones políticas que hasta ese minuto se habían ido produciendo y que terminaban siempre con un gobierno, con una nueva elite que traiciona al pueblo. Surge así la idea de Revolución Social de forma cabal, completa, y también un  nuevo grupo de revolucionarios y revolucionarias, que ya no buscan el poder, sino que su abolición, y que no podían tener otro nombre que «ANARQUISTAS».

Las y los anarquistas pronto se esparcen por todo el mundo, llevando las ideas de revolución social a Suramérica, Norteamérica y Asia, donde surgen nuevos grupos que comienzan también a trabajar por «la emancipación de todo el género humano».

La AIT se recompone en 1922 después de un período de fuerte represión por todo tipo de Estados: monárquicos, republicanos, liberales, marxistas y fascistas, mientras los y las anarquistas, y su «brazo armado«, los y las anarcosindicalistas, logran crear estallidos revolucionarios, sobre todo a través de la huelga general, especialmente en Suramérica y Europa.

En esto, en la España de 1936, un país ultramontano, donde una parte importante de la población es fanática religiosa católica y nacionalista, y subsiste a la postre un gobierno socialdemócrata, se produce un golpe de estado militar. Los socialdemócratas se ven impotentes frente al avance del ejército y prefieren negar las armas al pueblo antes de perder su influencia sobre él. Sin embargo, las y los anarcosindicalistas, agrupados en la CNT-AIT, con cerca de un millón de afiliados/as, y después de 50 años de lucha, repelen el golpe. No sólo empuñan las armas, sino que en lugares como Barcelona o Aragón, logran derrocar al Estado (aunque sea solo por un par de meses). En estos lugares lograron la organización social de los medios de producción por parte de las y los trabajadores/as, en sus sindicatos revolucionarios y a la colectivización campesina, de forma federal, produciendo por primera vez para el pueblo y no para capitalistas, incluso aboliendo el dinero en algunos lugares.

Este gran movimiento solo pudo ser aniquilado por el fascismo español, con la colaboración explícita del fascismo italiano y el nazismo, y la colaboración encubierta de las monarquías y repúblicas Europeas y de EE.UU., sumadas a la traición del gobierno marxista bolchevique.

La Revolución Social Española de 1936-1937 es única en su tipo porque en ella confluyen por primera y única vez los factores que presuponen una revolución de este tipo, es decir:

– Un alzamiento masivo del pueblo organizado en sus propias organizaciones económicas (sindicatos revolucionarios) y sociales (comités de defensa y grupos de acción);

– Una conciencia de clase cabal, que implica no solo cambiar en el gobierno a la burguesía por representantes del proletariado, sino que la abolición de las clases sociales para producir una igualdad sustantiva;

– La apropiación directa de los medios de producción por parte de los trabajadores y las trabajadoras, lo que implica la autogestión, es decir, la abolición del capitalismo para pasar a la administración directa por el pueblo de la fábricas y talleres, y la colectivización del campo, de tal forma que es el pueblo el que se hace cargo de la economía, y decide qué producir y cómo producir para las mismas comunidades; y

– La abolición del Estado y su reemplazo por una organización social federal, de los sindicatos revolucionarios y de las organizaciones sociales.

Si bien es cierto que durante este proceso se dieron varios errores y también traiciones, producto de muchos factores que dan para un análisis particular, o que en muchos lugares el Estado no fue completamente abolido. Lo importante es poder aprender de esos errores para que la próxima Revolución Social pueda mantenerse en el tiempo, para que siga creciendo y se extienda, y se mantenga siempre presente, de forma permanente (como P. J. Proudhon desarrolla en su idea de «revolución permanente»), en un estado de perpetuo cambio social, que impida que se anquilose y surjan nuevas élites opresoras y explotadoras.

En el siglo XXI nos enfrentamos a la misma opresión y explotación con que convivieron nuestros/as ancestros/as. Vastos sectores de la población de nuestros propios países aún padecen hambre, no tienen un lugar digno donde vivir o carecen de una salud o educación como la que tienen la elite privilegiada de políticos, empresarios, sacerdotes y generales que controlan la sociedad.

Los Estados modernos aún nos dominan por las armas, a través del ejército en la calle (la policía) y el ejército en los cuarteles, y a través de la persuasión, con el nacionalismo, la religión, y hoy, sobre todo, con el consumismo y el endeudamiento.

Sin embargo, no estamos tan lejos de la Revolución Social como a veces nos parece, o como los medios de comunicación parecen decirnos. Como en la España del ’36, basta que un gobierno socialdemócrata quiera llevar un poco más allá algunas reformas al capitalismo para que el fascismo y los ejércitos se vuelvan a movilizar. Las condiciones necesarias para una Revolución Social están siempre presentes, como en los estallidos sociales que se han dado estos años por toda Latinoamérica, y que sin embargo solo han servido para que los partidos políticos recompongan el poder.

Lo que es imperdonable como anarquistas y anarcosindicalistas es que no estemos organizados/as y preparadas/os para hacer lo que nuestros/as compañeros y compañeras de los siglos XIX y XX hicieron, esto es, aprovechar cada coyuntura de la historia para generar procesos encaminados hacia la Revolución Social.

Como decía Mijail Bakunin: «Aquellos que sabiamente se han limitado a lo que creían posible, jamás han dado un solo paso adelante.»

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