Homenaje a Cataluña de George Orwell
Un homenaje al homenaje: razones contemporáneas para leer a Orwell
por Francisco Farías
Eric Blair -escritor y periodista británico-, más conocido como George Orwell, seguramente resuena en nuestras cabezas pandémicas por su clásica novela distópica ‘1984’ (1949), en la cual relata una sociedad totalitaria donde el Partido Único del Estado controla todos los aspectos de la vida social. También es probable lo recordemos por otro de sus trabajos famosos, ‘La Rebelión en La Granja’ (1945), obra magistral donde hace una fuerte crítica a la revolución rusa, a través de una metáfora en la cual los animales de una granja se rebelan contra el granjero por las condiciones materiales de su existencia, imponiendo un nuevo orden solidario e igualitario, el cual paulatinamente se va descomponiendo en un proceso de corrupción de los valores que inspiraron el levantamiento inicial.
1984 y Rebelión en La Granja nos ayudan a leer el siglo XX posterior a la Segunda Guerra mundial, nos comparten una serie de pistas para entender a nuestras sociedades, sus conflictos históricos, traumas, dolores y esperanzas, sin embargo. Homenaje a Cataluña (1938) podría ser leído como un texto que permite entender mejor a Orwell en su faceta novelística, a partir del reconocimiento de su experiencia en la Guerra Civil Española y la narración en primera persona de los acontecimientos que ahí se desarrollaron, los cuales potenciaron sus construcciones posteriores que luego comunicó como distopía y sátira.
Les invito a (re)leer Homenaje a Cataluña no solo en clave histórica y política, dos dimensiones que por cierto me interesan en toda lectura, más bien me refiero al trabajo humano de un periodista y reportero que tomó lugar en la guerra y nos la mostró lejos del imaginario heroico de los relatos del cine donde los buenos ganan y los malos pierden. Les invito que se adentren en las pellejerías del frío, los miedos por la muerte o la herida inminente, el deseo de acabar con los adversarios, las ganas de fumar tabaco, comer rico y dormir en una cama, hablar con tus seres queridos y, sobre todo, sentir que la lucha que estás dando tiene sentido en la historia de la humanidad.
Tres razones para leer y homenajear a Orwell:
«Ahora estábamos cerca del frente, lo bastante cerca como para percibir el característico olor de la guerra, que para mí es una mezcla de olor de excrementos y de comida en descomposición».
- La guerra huele a excrementos y comida en descomposición. Para quienes crecimos al alero del cine comercial norteamericano viendo a los súper hombres vencer a los enemigos de la democracia y la libertad (casi siempre no occidentales), la descripción que hace Orwell del campo de batalla parece no encajar. Lo más cercano que tenemos a esto en la región latinoamericana y caribeña son las dictaduras militares con su repertorio de represión, exterminio, tortura y empobrecimiento. Los enemigos internos y los soldados de la Guerra de Las Malvinas podrán decir lo suyo sobre sus respectivas guerras, sin embargo, me parece que lo característico de este lugar del mundo es la guerra por otros medios. Quizás por ese motivo los enfrentamientos en las trincheras de Cataluña parecen contenidos sacados de textos escolares o de la pantalla grande. Nunca me enteré, ni en las sillas escolares ni en las butacas del cine, que la guerra tenía olor.
“Me había enrolado en la milicia para luchar contra el fascismo, y como apenas podía decir que había luchado, me había tenido que limitar a ser una especie de objeto pasivo que no hacía nada a cambio de las raciones que me daban, excepto pasar frío y sueño”.
- Cuando cierro los ojos mi imaginario cultural me lleva a una serie de escenas donde los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, los intercambios de balas y las destrucciones masivas, son parte de lo que entiendo que es una guerra. Otro elemento que no encaja: la pasividad que describe Orwell a cambio de pan, frío y sueño. ¿Qué tipo de guerra es esta? ¿Por qué no respeta el guion oficial? Me pregunto al igual que el escritor británico cuando leo en sus pasajes la ansiedad por cumplir la función social de la guerra: eliminar a los enemigos. Matar fascistas en este caso. Al parecer lo único muerto es el tiempo perdido.
“Claro está que en esta época yo apenas era consciente de los cambios que se estaban operando en mi interior. Como todos los que me rodeaban, era consciente sobretodo del aburrimiento, del calor, del frío, de la mugre, de los piojos, de las privaciones y del peligro que corríamos de vez en cuando. Ahora todo es muy distinto. Este período que entonces me parecía tan inútil y tan vacío de acontecimientos, posee ahora una gran importancia para mí”.
- La guerra opera en planos más allá de los evidentes. Orwell lo supo con el tiempo. Esta experiencia forjó sus lamentaciones, afectaciones y esperanzas. Sí, esperanzas. Aunque parezca un sinsentido, en las guerras la esperanza tiene un lugar. Puede ser un gran lugar como derrotar al fascismo, así como también pequeños lugares, tales como no tener piojos en los pantalones y poseer tabaco a destajo. El saber popular dice que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Orwell nos lo comparte en sus reflexiones sobre la vida en el campo de batalla, entre medio de las ratas y el fuego enemigo sobre su cabeza. También lo hace en los tiempos donde no estuvo en las trincheras, en compañía de su esposa y amigos. Siempre dispuesto a combatir para narrar.
Estas tres razones pueden parecer exiguas a la hora de pensar en la riqueza del trabajo de Orwell en Homenaje a Cataluña, si las vemos como las clásicas coordenadas para leer un conflicto de este tipo. Desde otro punto de vista, me parece tributan a la dimensión humana que el autor propone para leer aquello con menos prestigio de la guerra: los olores, sabores, emociones, tristezas y alegrías. Entre medio de balas, territorios destruidos por los ataques enemigos, compañeros muertos en batalla, aparece el pan compartido, la cobija que da calor, el cigarrillo placentero y los camilleros que transportan los heridos hasta las ambulancias. Orwell, el periodista que sufre para contarlo (Herrscher, 2016), nos aproxima a un mundo que muchos/as no hemos conocido fuera de las caricaturas de la cultura dominante. Humaniza a las y los sujetos de la guerra, nos muestras sus voces, luchas y deseos, los cuales comparte generosamente para que nosotros/as enriquezcamos nuestra comprensión de la guerra, tal como decía Roberto Arlt (1941): “Y ningún libro podrá enseñarle nada. Salvo los que se han escrito sobre esta última guerra. Esos documentos trágicos vale la pena conocerlos. El resto es papel…»