La Reunión de Olivia Moraga
Las condiciones no estaban dadas. Hoy sí. Estamos evaluando ganancias a corto, mediano y largo plazo.

El golpe de Estado de Pinochet, ocurrido hace más de cincuenta años, marcó a fuego la cultura popular de nuestra sociedad. Por una parte, dejó en evidencia que la política más que elecciones y leyes es un juego de fuerzas en el que no hay ningún actor neutro o con una postura objetiva, las leyes y rituales ciudadanos sólo son una posibilidad en que las fuerzas en disputa se enfrentan, pero en otras circunstancias este enfrentamiento podría adquirir formas mucho más violentas. Por otra parte, la memoria de la dictadura, también dejó instalada la posibilidad de que en cualquier momento los ricos y poderosos vuelvan a utilizar la fuerza si sienten amenazados sus privilegios de clase.
De esto trata precisamente el cuento de Olivia Moraga, un breve relato que deja de manifiesto el uso de la violencia para defender privilegios y obtener ganancias a costa de la vida de amplios sectores de nuestra sociedad. Un relato breve, pero con tintes de actualidad frente a los discursos de algunos de los candidatos a la presidencia.
La Reunión
Olivia Moraga
(cuento completo)
Se reunieron en una sala sin ventanas, al fondo de un edificio donde nadie pregunta. Uno de ellos golpeó la mesa con el puño cerrado y dijo sin rodeos:
—Hay que limpiar la cancha.
Los demás asintieron en silencio. No era una metáfora.
El plan era claro, aunque aún sin firma: provocar un golpe de Estado. Las piezas estaban listas, solo faltaba la señal.

—El litio vale más que un puñado de indios —escupió uno con desprecio, mientras encendía un habano importado—. ¿Para qué seguir tolerando culturas que nadie entiende, ni quiere entender?
Todos sabían lo que querían: recursos. Poder. Tranquilidad para la nueva oligarquía que se iba moldeando con trajes a medida y apellidos heredados. Algunos susurraban nombres, otros pasaban sobres.
—Además —añadió otro, bajando la voz—, podríamos cumplir ciertos encargos… ya sabes, órganos, niños con características… específicas. Hay quienes pagan bien por eso.
—¿Fetiches?
—Negocios. Más rápidos que cualquier puesto en La Moneda o en el Congreso.
Un tercero, joven, inexperto, se atrevió a preguntar:
—¿Y por qué no lo hicimos antes?
El más viejo del grupo, con voz rasposa, respondió:
—Las condiciones no estaban dadas. Hoy sí. Estamos evaluando ganancias a corto, mediano y largo plazo.
Hubo un silencio denso. El humo del cigarro se enredaba en el aire como una señal de mal augurio.
—Entonces, ¿todavía no es seguro?
—No, compañero —respondió el de traje gris oscuro, mirando su reloj—. Aún no nos responde el Hermano Mayor.
