Las Resoluciones del Congreso de Saint-Imier y el Nacimiento del Anarquismo
A 150 años del Congreso Anarquista de Saint-Imier es posible afirmar que comenzó a definirse un movimiento anarquista propiamente tal. Sus resoluciones no solo continúan estando vigentes, sino también definiendo a quienes apuestas por levantar una sociedad sin clases y sin poder político.
Por Pedro Peumo – Septiembre de 2022
Para comenzar, es necesario una distinción entre la Internacional de Saint-Imier y el Congreso de Saint-Imier. Por Internacional de Saint-Imier hablaremos de los congresos de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), llamada también “Primera Internacional”, que se realizaron en Suiza y Bélgica, entre 1872 y 1877. Son aquellos congresos que organizó el ala antiautoritaria de la AIT, desconociendo al Consejo General de Londres, de corte marxista, centralista y autoritario.
Estos congresos son:
– El Congreso de Saint-Imier de septiembre de 1872;
– El Congreso de Ginebra de septiembre de 1873;
– El Congreso de Bruselas de septiembre de 1874;
– El Congreso de Berna de octubre de 1876; y
– Los Congresos de Verviers y de Gante de septiembre de 1877.
En cambio, por Congreso de Saint-Imier hacemos referencia únicamente al congreso realizado entre los días domingo 15 y lunes 16 de septiembre de 1872 en el edificio del ayuntamiento de la comuna de Saint-Imier, en el distrito del Jura Bernés, una cadena montañosa en el Cantón de Berna, al oeste de Suiza, una región francófona.
Esta exposición trata principalmente éste último, porque el objetivo es dejar que las y los participantes del congreso de 1872 hablen por sí mismos/as, a través de sus acuerdos, que como veremos, marcarán un antes y un después en el anarquismo.
Desde la fundación de la AIT en 1864 en su interior fue posible distinguir varias posturas o formas de entender el socialismo, distinguiéndose especialmente dos, que antes ya se habían manifestado como contrarias, porque se había producido un choque virulento entre ambas, representado en un principio por las figuras Karl Marx y P. J. Proudhon, que fallecerá en 1865 pero que será representado por los denominados “jóvenes proudhonianos”, y más tarde por la llegada a la AIT del revolucionario Mijail Bakunin.
Karl Marx como sabemos pretendía imponer un socialismo autoritario, centralista, con participación política de las y los trabajadores/as en los parlamentos, y que condujera a una “dictadura del proletariado” que se imponga en un período “transicional”, administrando el Estado y el capitalismo. Por su parte P. J. Proudhon y, especialmente, Mijail Bakunin representan un socialismo antiautoritario, federalista, con exclusiva participación de las y los trabajadores/as en sindicatos revolucionarios y organizaciones sociales, con total prescindencia de los parlamentos, y que conduzca a la destrucción del poder político, el Estado y el capitalismo. Este antagonismo decanta en 1872, cuando se hace insostenible la convivencia de ambos sectores en la misma Internacional.
El ala marxista de la Internacional había convocado a un congreso en La Haya para los primeros días de septiembre de 1872. Ese Congreso se celebró en un ambiente cargado de tensión, donde se produjeron varios incidentes entre las distintas corrientes socialistas.
El primer incidente se produjo con motivo del rechazo de la propuesta de las delegaciones de la Federación española, la Federación belga y la Federación del Jura de que se votase por federaciones. Esto motivó que los delegados españoles y los del Jura declararan «que no tomarían parte en ninguna votación y asistirían a las sesiones para protestar en contra de la maniobra de la mayoría», desconociendo todas resoluciones que se dictaran en la Internacional de ahí en más.
En la declaración «se señalaba que seguirían manteniendo relaciones administrativas con el Consejo General, pero que al mismo tiempo establecerían relaciones directas con todas las Federaciones Regionales; se comprometían a mantener la autonomía de las federaciones en caso de que el Consejo General intentase dirigirlas; que decidían regirse por los estatutos aprobados en el congreso de Ginebra, sin aceptar las modificaciones posteriores»
Aun así, en el Congreso de La Haya se ratificaron por amplia mayoría las tesis marxistas aprobadas en los anteriores congresos relativas a «la constitución del proletariado en partido político» y a la conexión entre la lucha económica y la lucha política. James Guillaume opinó con una frase que quedó para la posteridad «la mayoría quiere la conquista del poder político; la minoría quiere la destrucción del poder político…».
Se nombró una comisión de cinco miembros para que propusiera un dictamen sobre la cuestión de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista de Bakunin, formalmente disuelta pero que el Consejo General consideraba que seguía funcionando en el seno de la Internacional. Esa comisión propuso expulsar a Bakunin y a Guillaume, y respecto a los cuatro delegados españoles, «atendiéndose a sus formales declaraciones de que no forman parte de la Alianza» propusieron su absolución. El Congreso de la Haya culminó así, con un relativo “triunfo” para los sectores marxistas quienes además lograron que se aprobara que el Consejo General se trasladara a EE.UU.
La historia de la Internacional de Saint-Imier se encuentra íntimamente vinculada a la de la Alianza de Socialistas Revolucionarios, recordemos que en agosto de 1872 Bakunin ya había propuesto los principios y reglas de esta sociedad secreta y que la idea era aliarse con las y los anarquistas italianos/as y españoles/as.
Para discutir este asunto, los delegados italianos al Congreso antiautoritario se reunieron por primera vez en Zúrich (6 de septiembre); el 11 de septiembre llegaron de La Haya los delegados españoles y Cafiero; el 13 de septiembre se aceptaron definitivamente las reglas de la sociedad secreta y luego se discutió el Congreso de Saint-Imier.
De hecho, Nettlau agrega que “los debates en Zúrich y el Congreso Internacional de Saint-Imier en realidad dieron como resultado dos organizaciones internacionales, una pública, entre federaciones de la Internacional, que se basaba en la solidaridad económica y la autonomía de hecho de ideas y tácticas; el otro secreto entre federaciones claramente antiautoritarias o anarquistas, o, más exactamente, entre aquellas de estas federaciones que ya tenían relaciones privadas con Bakunin y sus camaradas”.
El Congreso de Saint-Imier comenzó el 15 de septiembre de 1872, solo ocho días después del Congreso de La Haya. Asistieron delegados de España, Francia, Italia y Suiza, entre ellos;
– Guillaume y Adhémar Schwitzguébel (shuitsvo) de Suiza;
– Carlo Cafiero, Errico Malatesta, Giuseppi Fanelli y Andrea Costa de Italia;
– Rafael Farga-Pellicer y Tomás González Morago de España; y los refugiados franceses, Charles Alerini, Gustave Lefrançais y Jean-Louis Pindy.
– Bakunin, aunque vivía en Suiza, asistió como delegado italiano.
Conjuntamente al Congreso Internacional, se llevó a cabo un Congreso Regional de la Federación Suiza del Jura, con varios de los mismos delegados, además de miembros de la Sección Eslava, como Zamfir Arbore (que pasó a llamarse Zemphiry Ralli) y otros delegados de habla francesa, incluido Charles Beslay, un viejo amigo de Proudhon que se exilió en Suiza tras la brutal supresión de la Comuna de París en 1871.
Prácticamente todos los participantes fueron anarquistas o socialistas revolucionarios federalistas, y muchos de ellos jugaron papeles importantes en el desarrollo de los movimientos socialistas revolucionarios y anarquistas en Europa.
Los delegados reunidos adoptaron una estructura federalista para una Internacional Reconstituida (o la “Internacional Antiautoritaria”), con plena autonomía para las secciones, declarando que “nadie tiene derecho a privar a las federaciones y secciones autónomas de su derecho incontrovertible a decidir por sí mismos y seguir la línea de conducta política que estimen mejor”. Para ellos, “las aspiraciones del proletariado no pueden tener otro fin que el establecimiento de una organización y federación económica absolutamente libre, fundada sobre el trabajo y la igualdad de todos/as y absolutamente independiente de todo gobierno político”. En consecuencia, dando la vuelta a la resolución del Congreso de La Haya sobre la formación de partidos políticos con el fin de alcanzar el poder político, proclamaron que “la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado”.
Los quince delegados que asistieron a Saint-Imier aprobaron un total de cuatro resoluciones en el congreso, siendo la primera resolución un rechazo por unanimidad a los acuerdos del congreso en La Haya y a la decisión de su Consejo General, de mayoría marxista, sobre la expulsión de Bakunin y Guillaume.
La segunda resolución acordó el «Pacto de Amistad, de Solidaridad, y de Defensa Mutua entre Federaciones Libres», lo que en la práctica se materializaba como una confederación de autodefensa de aquellas organizaciones internacionalistas frente a las ambiciones autoritarias del marxismo.
La tercera resolución versaba sobre la naturaleza de la acción política del proletariado, como un compromiso de solidaridad de la acción revolucionaria al margen de todo poder político provisional de carácter autoritario.
Y la cuarta resolución acerca de la organización de la resistencia del trabajo, donde se aprueban las tesis bakuninistas sobre el colectivismo económico.
Como diría Max Nettlau “El Congreso en cuestión hizo más: salvó la continuidad del movimiento internacionalista y lo rescató de las garras de los políticos autoritarios que rodeaban a Marx. Incluso inauguró la coexistencia amistosa de movimientos de diferentes tendencias dentro de una misma organización al establecer las bases sólidas de completa autonomía y respeto mutuo para todos los matices de opinión y tácticas. Así, señaló caminos y métodos que desde entonces han sido abandonados en detrimento de la causa común de la emancipación social.”
Las resoluciones del Congreso de Saint-Imier recibieron declaraciones de apoyo de las federaciones italiana, española, jura, belga y algunas de las federaciones estadounidenses de habla inglesa de la Internacional, y la mayoría de las secciones francesas también las aprobaron. En Holanda, tres de las cuatro ramas holandesas se pusieron del lado de la Federación Jura y el Congreso de Saint-Imier.
La Federación Inglesa, resentida por los intentos de Marx de mantenerla bajo su control, rechazó “las decisiones del Congreso de La Haya y el llamado Consejo General de Nueva York”. En un congreso de la Federación Belga en diciembre de 1872, los delegados también repudiaron el Congreso de La Haya y el Consejo General, apoyando en cambio a los “defensores de las ideas revolucionarias puras, anarquistas, enemigos de toda centralización autoritaria e indómitos partidarios de la autonomía”.
Sin embargo, hubo tensión en las resoluciones adoptadas en el Congreso de St. Imier. Por un lado, una resolución afirmó el “derecho incontrovertible” de las federaciones y secciones autónomas de la Internacional “a decidir por sí mismas y seguir la línea de conducta política que estimen mejor”. Por otro lado, otra resolución afirmó que “la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado”.
La resolución sobre la autonomía de las federaciones y secciones en todos los asuntos, incluida la acción política, pretendía mantener a la Internacional como una federación pluralista donde cada grupo miembro era libre de seguir su propio enfoque político, de modo que tanto los defensores de la participación en la actividad electoral y los defensores del cambio revolucionario podrían coexistir. Sin embargo, el llamado a la destrucción de todo poder político expresó una posición anarquista. Las dos resoluciones sólo podrían conciliarse si la destrucción del poder político no fuera necesariamente el “primer deber del proletariado”, sino que también pudiera ser considerada como una meta más lejana a alcanzar gradualmente, junto con “la organización libre y espontánea del trabajo”. La tensión entre estas dos resoluciones siguió existiendo dentro de la Internacional reconstituida durante varios años.
James Guillaume apoyó el pluralismo político dentro de la Internacional y trató de convencer a algunas de las secciones y federaciones que habían seguido a Marx, como los socialdemócratas en Alemania, para que se reincorporaran a la Internacional antiautoritaria y mantuvieran a los internacionalistas ingleses, que habían rechazado el enfoque centralista de Marx, como Hales, dentro de la Internacional reconstituida. Aunque los socialdemócratas alemanes nunca se unieron oficialmente a la Internacional reconstituida, dos delegados alemanes asistieron al Congreso de Bruselas de 1874. Los delegados ingleses asistieron tanto al Congreso de Ginebra de septiembre de 1873 como al Congreso de Bruselas de septiembre de 1874, donde hubo un importante debate sobre la estrategia política, incluido si había algún papel positivo para el Estado.
La bandera antiautoritaria izada en el congreso de Saint-Imier tendría consecuencias inmediatas. Diez días después de finalizar el congreso se reuniría la Federación belga desconociendo los acuerdos alcanzados en La Haya. A finales de diciembre de 1872 y principios de enero 1873, se reunía el congreso de la Federación Regional Española en la ciudad de Córdoba, acordando sumarse a las resoluciones de Saint-Imier. La Federación inglesa, que siempre había apoyado las tesis marxistas, se reunió a finales de enero de 1873 y acordó la irregularidad del congreso de La Haya, declarando sin valor sus resoluciones y el Consejo General de la misma. En febrero de ese mismo año la Federación holandesa, que aún no había emitido formalmente su opinión, declaraba no reconocer las medidas de suspensión decretadas por el Consejo General de la Primera Internacional. Y, poco después bastantes secciones reunidas en el congreso italiano en Bolonia, desconocían igualmente los acuerdos de La Haya.
En esa situación se alcanza en septiembre de 1873 el congreso de Ginebra, el segundo encuentro de la Internacional Antiautoritaria, u oficialmente el sexto congreso, ya que se considera legítima heredera de la Internacional fundada en Londres en 1864. Coincidió en el mismo mes que el sector marxista había convocado un encuentro en la misma ciudad, resultando este último un fracaso debido al escaso número de federaciones que participaron y porque el Consejo General no acudió por falta de fondos.
En el congreso antiautoritario de Ginebra inaugurado el 1 de septiembre de 1873 se debatió acerca de la cuestión de la huelga general, acordando que la solidaridad revolucionaria se materializaría en la declaración de una huelga internacional por parte de las federaciones obreras de todo el mundo, para apoyar cualquier movimiento revolucionario que estallase, e imposibilitar así la concentración represiva de las fuerzas de la burguesía sobre un territorio.
Un año después, éste será uno de los temas importantes del congreso «federalista» en Ginebra, un verdadero congreso obrero. Belgas, holandeses, españoles, incluso algunos ingleses se sumaron al núcleo inicial, relataron los conflictos y éxitos de sus países, evocaron la posibilidad de la «huelga universal».
Durante cinco años, durante un pacto de solidaridad y autonomía, y con un simple oficina de correspondencia, las secciones gremiales y las federaciones intercambiaron información, se apoyaron, abordaron sin agresividad ni preocupación por la hegemonía las cuestiones de la futura organización, de la sociedad, la participación o no en la política, la propaganda y la acción, enfrentando la represión y las crisis económicas. El Boletín de la Federación del Jura, de cuatro a ocho pequeñas páginas a menudo escritas por relojeros, editado en 600 ejemplares en el pueblo de Sonvilier, distribuyó correspondencia de Europa y América, la mitad de los ejemplares se enviaban al extranjero; cientos de cartas atestiguan la permanencia de su actividad
En los siguientes congresos se siguieron tratando temas de debate en torno a la acción política de la clase obrera. En el congreso de Bruselas entre el 7 y el 13 de septiembre de 1874, además se retomó el debate entre la sociedad autoritaria y la sociedad libertaria, e igualmente se habló sobre los servicios públicos básicos en la nueva organización social. También se mencionó (por primera vez) la posibilidad de seleccionar una lengua universal para el intercambio de las federaciones territoriales de la Internacional, una tendencia precursora que se materializaría con la aparición del Volapük, una lengua artificial creada por el sacerdote alemán Johann Martin Schleyer en 1879, o el reconocidísimo Esperanto, creado por el doctor Zamenhof en 1887.
En el congreso de Berna en octubre de 1876, se debatió sobre un encuentro universal socialista en el que participar junto a otras organizaciones no anarquistas directamente, que tendría lugar en septiembre de 1877 en Gante.
Antes de ese encuentro, que trataba de ser el último intento de conciliación entre la vía autoritaria y libertaria del socialismo, se celebró el último congreso de la Internacional anarquista en Verviers, entre el 6 y 8 de septiembre de 1877. A este acudieron tan solo veinte delegados y tuvo una marcada tendencia a abrazar las tácticas de la insurrección y la propaganda por el hecho.
El punto de debate más interesante que se desarrolló en el congreso de Verviers fue el planteamiento enfrentado entre las diversas corrientes económicas: el colectivismo y el comunismo libertario. La línea más predominante hasta entonces fue el anarcocolectivismo, basado en los escritos de Mijail Bakunin, quien había muerto un año antes. Sin embargo, el comunismo como sistema económico fue defendido por la nueva generación anarquista, entre otros por Piotr Kropotkin, Errico Malatesta o Elisée Reclus.
El Nacimiento del Anarquismo.
Normalmente se recuerda a Proudhon como el primero en autodenominarse anarquista en 1840. Sin embargo, es durante la realización de los Congresos de la Internacional de Saint-Imier, entre 1872 y 1922, cuando ese concepto tomó forma y dio vida a un movimiento anarquista propiamente tal.
Entre sus primeros antecedentes, se debe señalar que en septiembre de 1871, la Federación Regional Española de la Internacional declaró que “la verdadera república democrática federal es la propiedad colectiva, la anarquía y la federación económica, es decir la federación libre y universal de las asociaciones libres de trabajadores agrícolas e industriales”. En la primavera de 1873, fueron los italianos quienes afirmaron que «la anarquía, para nosotros, es el único camino para que la Revolución Social sea un hecho, para que la liquidación social sea completa, (…) para las pasiones y necesidades naturales, retomando su estado de libertad, lleven a cabo la reorganización de la humanidad sobre la base de la justicia”
El mismo Bakunin, que siempre había usado la palabra anarquía como sinónimo de caos en sus textos, hacia el final de su vida habla de la anarquía como su ideal, y asume dos cambios teóricos fundamentales: Primero, abandona la idea de guerra de liberación nacional, abjurando de su eslavismo, tan querido por él, y que tanto lo hizo hablar en su época de “patria”, por la idea de una revolución social universal, independiente de las naciones. Y segundo, esta idea de anarquía, que acepta como finalidad del movimiento socialista revolucionario que propugna.
En Suiza, en febrero de 1876, en un texto publicado en Ginebra, François Dumartheray anunciaba la próxima publicación de un “folleto relativo al comunismo anarquista”, lo que sería la primera aparición de este término.
El 3 de marzo de 1877, Élisée Reclus dio una conferencia en Saint-Imier sobre la anarquía y el Estado: Después de haber reducido a su valor los locos temores burgueses ante la palabra «anarquía», explicó el significado científico de esta palabra, y cómo debemos apegarnos a él. Revisó las diferentes formas de Estado -el teocrático, real, aristocrático y finalmente el Estado popular- y demostró cómo este último, «deseando el gobierno del pueblo por el pueblo, traía sus consecuencias lógicas, si realmente se practicaba, a la anarquía (…) ese horizonte de libertad que queremos para la sociedad humana”.
Es decir, en cinco años, desde septiembre de 1872 hasta el verano de 1877, el movimiento anarquista adquirió identidad y vida propias gracias a los principios desarrollados en Saint-Imier y el asumirse como anarquistas.