De Subordinados Generacionales a Dominadores de Género
Reflexiones a partir de una investigación en liceos municipales y los procesos de construcción de masculinidades en varones jóvenes.
Cuando los oprimidos piensan, sienten y actúan como sus opresores.
Reflexiones a partir de una investigación en liceos municipales y los procesos de construcción de masculinidades en varones jóvenes.
El año 2017 hice mi trabajo de campo en liceos municipales mixtos de la ciudad de Santiago[1], establecimientos empobrecidos de la periferia en donde investigué a través de entrevistas en profundidad y observación participante, los procesos de construcción de masculinidades de varones jóvenes. Años antes, había trabajado en esos liceos, así que tenía una serie de contactos que aproveché para mi propósito. Me dejaron entrar a clases de lenguaje, matemáticas y educación física. También estuve en los recreos, horas de entrada y salida. Conversé con harta gente que trabaja en dichas instituciones, leí diversos textos que permitieron hacerme preguntas sobre lo que se aprende y cómo se aprende en torno a lo masculino y juvenil en el liceo. Mi experiencia escolar, también fue una caja de herramientas que me permitió construir mi objeto de estudio.
Mi crítica al sistema escolar me hizo empatizar con esos cabros y sus historias. Pensé en los efectos de la escolarización en sus vidas. Esas largas horas dentro del liceo sin mucho sentido, en la obligatoriedad de estar en un lugar donde muchos no querían estar, en los retos del mundo adulto y en esos que lo pasan mal porque otros los molestan por diversas razones. También observé momentos de risas, complicidades, juegos entre estudiantes en los recreos, alimentos compartidos entre compañeros/as, entre otras prácticas. Con todo, mi balance era negativo, decía para mí «qué bueno que ya salí del liceo».
En este escenario, haciendo preguntas para desarrollar mi trabajo de investigación, tomando notas, observando la vida escolar, hubo un hecho en particular que me llamó la atención. Me contaron que, a las profesoras jóvenes y a las estudiantes en práctica, que ellos consideraban «bonitas», las molestaban de otra forma. Esa forma consistía en una serie de prácticas tales como coqueteo, miradas lascivas, silbidos y observación de sus cuerpos bajos las escaleras sin su consentimiento. Esa práctica que me habían confiado a través de la complicidad masculina que había logrado con ellos, cuando fue interrogada, siempre fue vista como algo de lo más natural, como algo que los varones hacen desde siempre en el liceo. El límite lo reconocieron en la figura de inspectoría general, frente a la amenaza de la indisciplina y las sanciones del poder escolar.
Me pregunté cómo los sujetos a los que yo leía como subordinados generacionales del liceo por parte del mundo adulto (docentes y directivos/as, principalmente) y de la institución escolar y su función social (construcción de sujeto funcional a esta sociedad a través del proceso de escolarización), podían en el mismo movimiento, convertirse en dominadores de género actuando como “machos”, movilizando sus posiciones en las relaciones sociales que se configuran en el liceo.
Estos cabros salieron de su condición de dominio generacional a una condición de dominio circunstancial de género, a través de la lectura que la sobrevaloración de lo masculino, permite revertir su posición de dominados. En otras palabras, reconocieron que, si actuaban como «hombres de verdad» con esas mujeres mayores del liceo, podían -aunque fuera por poco tiempo- convertirse en los mayores de ese espacio. Lo mayor acá es sinónimo de lo adulto y lo masculino. Lo potente, de lo que permite ordenar los espacios.
Esta jerarquización de las formas de trato entre las y los actores del liceo, me permitió reconocer el control y dominio que pueden ejercer los varones en desmedro de quienes son minorizados/as (subvalorados/as), es decir, en contra de quienes son construidos/as como sujetos/as con menos poder dentro del liceo. Las mujeres adultas (profesoras y estudiantes en práctica), fueron leídas como objetos que desde el poder masculino pueden ser sometidas en términos materiales y simbólicos a los intereses unilaterales de los grupos de varones.
¿De dónde vienen estos aprendizajes?, ¿qué efectos tiene para la vida cotidiana de esos sujetos e instituciones?, ¿nos tiene que preocupar este tipo de dinámicas que ocurren en el sistema escolar a quienes estamos por desescolarizar la educación y la sociedad en su conjunto? A modo de cierre de estas breves reflexiones, intentaré responder cada una de estas preguntas.
Estos aprendizajes vienen de todos lados, los aprendemos desde pequeños en nuestras familias, en nuestros territorios, trabajos, en nuestras relaciones cotidianas, en las formas de amar, cuidar y relacionarnos con nuestros cuerpos y sexualidad. Aprendemos una división sexual de la sociedad que desprecia lo femenino y todo aquello que se pueda feminizar, condenando a nuestras compañeras e hijas a vidas precarizadas por el solo hecho de ser mujeres. Este proceso de socialización de género, mandata a los varones a probar(se) constantemente su masculinidad frente a los demás y frente a sí mismos. Quizás por eso, este grupo de cabros del liceo, se comportó de ese modo.
Uno de los principales efectos que tiene para las y los sujetos que van a liceos empobrecidos marginalizados, es que su convivencia se ve mermada por prácticas que los menoscaban y los deshumanizan. Los varones jóvenes al actuar como “machos”, potencian unos recursos pedagógicos no solo contra esas profesoras y estudiantes en práctica, también contra sus compañeras de liceo y contra aquellos varones que no encajan en la norma de la masculinidad hegemónica. En definitiva, es una práctica que humilla y maltrata, haciendo de ese espacio un lugar incómodo para estar y aprender.
Por último, a quienes estamos por la desescolarización de la educación y de la sociedad, considero nos tiene que preocupar este tipo de construcciones de género, ya que el sistema escolar es una institución que en nuestra sociedad capitalista, tiene un gran poder formador de sujetos a través de su promesa de integración funcional a la sociedad (producción, consumo y reproducción), por ende, influye en nuestras posibilidades de tensionar el orden de las cosas y nuestro sueño de transformar la sociedad. También merma nuestras posibilidades de resistencia frente al dominio del sistema escolar, ya que hace que los dominados actúen con los esquemas de quienes nos dominan. Siendo “machos” adultocéntricos, nuestras posibilidades de resistencia disminuyen significativamente.
Sin duda este tipo de reflexiones, incipientes e insuficientes por cierto, requieren que nos preguntemos por nuestras acciones contra-culturales, por la propagación de ideas anti-patriarcales que estamos ofreciendo a quienes hoy se están formando en los liceos empobrecidos de nuestra sociedad. Necesitamos hacernos preguntas que nos movilicen hacia construcciones colectivas que superen los diagnósticos sombríos que tanto conocemos y padecemos, hacia la conquista de nuestra libertad. Sin duda nos equivocaremos, pero como dice Malatesta, debemos denunciar las injusticias de esta sociedad y propagandear lo que hemos aprendido.
Francisco Farías Mansilla.
[1]: Para un programa de formación que estaba cursando en esa fecha (2018).